miércoles, 9 de marzo de 2016

SUBVERTIR LAS REGLAS DE LA DEMOCRACIA

Su pantomima con Albert Rivera ha obtenido un rechazo sin precedentes del Congreso de los Diputados, pero el estadista Sánchez, el primer candidato a la presidencia del Gobierno de la historia de la democracia que ha fracasado por partida doble en su pretensión de ser investido, continúa a piñón fijo: se niega ¡por 18ª vez! a hablar siquiera con el líder del partido que ha obtenido el voto de más de 7 millones de españoles y es primera fuerza política tanto en el Congreso como en el Senado, donde cuenta además con mayoría absoluta. Pero no: según los antimarianismos de todo pelaje que se sitúan tanto a izquierda como a derecha, es Rajoy el que 'bloquea' la formación de un Gobierno; y es Rajoy, el ganador de las elecciones generales, el que debería retirarse de la carrera, no el que ha sufrido sendos descalabros monumentales y ciertamente históricos, primero en las urnas y después ante la representación de la soberanía nacional.  

Por cierto, allá ciertos supuestos adalides de valores eternos que, llevados por rencores más o menos inconfesables, contribuyen a dar pábulo a semejante estrategia tramposa y suicida, que no tiene otro objetivo que intentar dividir y destruir al Partido Popular; propósito al que se ha entregado el propio Rivera, quien, si pide que Rajoy se aparte no es, obviamente, porque le ocupe y preocupe el beneficio del PP, sino, bien al contrario, porque intenta de esta forma contribuir a provocar su inestabilidad interna para continuar pescando en el río revuelto de su electorado más afín. Y ya estamos comprobando estos días para qué utiliza los votos que pueda captar del centro-derecha: para identificarse plenamente con el PSOE y respaldar a su candidato, su programa eminentemente socialista y su estrategia basada en aislar al PP.

No solo eso: resulta que, o bien PSOE y Ciudadanos se presentaron a las elecciones del 20-D en coalición y los españoles no nos enteramos, o bien ha habido un movimiento de transfuguismo en masa de los 40 diputados del partido de Rivera, de cuya decisión conjunta de afiliarse y pasarse con armas y bagajes al PSOE no se nos ha informado todavía. Que Pedro Sánchez, el estadista, aduzca ahora que esos 130 escaños, puesto que son más que los 122 del PP, le confieren 'la legitimidad' para formar Gobierno no es sino un argumento sostenido en un flagrante fraude. Cabe insistir en que él se presentó a las elecciones generales bajo unas siglas, las del PSOE, con las que logró tan solo 5,5 millones de votos y 90 diputados frente a los 7,3 millones y 123 escaños del PP; que se apropie ahora de los tres millones y medio de votos de un partido distinto y con el que no compartió ni una sola lista electoral no es más que hacerse trampas en el solitario, por mucho que su actual pareja política de hecho se lo permita en esa estrategia común basada en hacernos comulgar a los españoles con ruedas de molino.

La legitimidad democrática para gobernar, señores Sánchez y Rivera, que tanto monta monta tanto, reside en los resultados obtenidos en las urnas, no en torcer las más básicas reglas de la democracia. De todas formas, si las coincidencias son tantas y de lo que se trataba era de unir fuerzas contra Rajoy y el PP, ¿por qué no se presentaron juntos a las elecciones? ¿O acaso pretendían precisamente ocultar a los españoles su verdadero objetivo común? Es más: para la próxima ocasión en que los españoles sean llamados a las urnas deberían actuar con más honestidad y presentarse en listas electorales conjuntas, para que todos sepamos a qué atenernos a la hora de depositar el voto.

El mundo al revés, o cómo subvertir los principios y usos más elementales de la democracia para procurarte tu supervivencia política.

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