Así, se ha llegado el extremo grotesco y delirante, tan propio del nacionalismo, de afirmar que la separación de Cataluña de España no impediría que los catalanes hicieran uso de la nacionalidad...¡de un Estado al que dejarían de pertenecer!, y, sobre todo, que tamaño dislate jurídico-político llegara a ponerse en duda. Veremos si esta nueva victoria concendida al nacionalismo en el importantísimo terreno de las ideas y los principios no termina teniendo sus consecuencias en las urnas.
Eso sí, los incidentes de la fiesta de La Mercè en Barcelona, definidos como 'guerra de las banderas', valen por toda una campaña, puesto que han servido, y mucho, para que cada cual haya quedado perfectamente retratado. Bravo por Alberto Fernández Díaz y Angels Esteller, concejales del PP del Ayuntamiento de Barcelona, que tuvieron los arrestos de responder bandera española en ristre a la provocación de Alfred Bosch, diputado (nacional) de ERC, que colgó una enseña independentista en el balcón del consistorio ante la complacencia del resto de las 'autoridades' allí presentes; entre ellos, el aspirante a Bolívar catalán que, muy a su pesar, es como presidente de la Generalitat el representante ordinario del Estado en Cataluña. Deleznable la actitud del 'podemita' Gerardo Pisarello, lugarteniente de la Alcaldesa Colau, quien, a buen seguro que siguiendo indicaciones de su jefa, solo reaccionó intentado arrancar la bandera nacional de las manos de Fernández Díaz, mientras permaneció impasible ante el acto desafiante (y fuera de la legalidad) de Bosch. Y lamentable la respuesta de Carina Mejías, portavoz de Ciudadanos, la cual tuvo a bien situarse en una vergonzante equidistancia entre quien pretendía instalar un símbolo secesionista y anticonstitucional (y de partido) y quien contrarrestó con la bandera nacional y constitucional, hasta el punto de definir a ambos como 'extremos'.
¿Corrigieron la candidata autonómica de Ciudadanos, Inés Arrimadas, o el mismo líder nacional, Albert Rivera, a su concejal en Barcelona? En absoluto: la primera, no solo evitó respaldar el valiente acto de defensa de la bandera española de Fernández Díaz y Esteller, sino que les reprochó 'el uso' que hicieron de ella ('no vamos a hacer un uso de banderas porque, además, nosotros lo que queremos es centrarnos en la gente, no en las banderas', declaró sobre el particular, tan original ella); el segundo, se limitó a responder que él no entraba en 'guerras de banderas', porque las lleva 'en el corazón' (¡oh, pero qué bonito!). Menos mal que, como ciertos guardianes de 'las esencias' repiten machaconamente con tal de hacernos comulgar con ruedas de molino, hasta que apareció Ciudadanos nadie defendía en Cataluña la unidad de España. Y, desde luego, del Mesías Iglesias no podíamos esperar más que elogios a su 'discípulo' Pisarello, pero, ¿y del PSOE? Iceta, el candidato del PSC, lejos de contemplar ningún ataque a la enseña nacional, la reputó como 'la utilización de unos símbolos contra otros', mientras que Pedro Sánchez se mantuvo en su línea: ninguna muestra de apoyo ni a Fernández Diaz ni a la bandera de España (por mucho que a la hora de la verdad la exhiba en grandes dimensiones), a la vez que aseveraba que el problema era 'de malos gobernantes'.
Eso sí que es situarse en 'la centralidad': entre la Constitución, la unidad de España y sus símbolos y el nacionalismo separatista y sus enseñas artificiales y anticonstitucionales. Más de uno debería tomar cumplida nota de cara a las urnas. ¿Y todavía hay quien no entiende cómo los que en Cataluña llaman 'unionistas' hayan, al contrario que sus rivales secesionistas, comparecido por separado en estas elecciones?
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