miércoles, 30 de septiembre de 2015

EN UNA 'CATALUNYA LLIURE', OTRO GALLO CANTARÍA

El llamado 'butifarréndum' del 9-N fue una ópera bufa, en efecto, pero también un grave acto de desacato que ha de tener sus consecuencias penales, un atropello al Estado de Derecho por parte de quienes precisamente, y en virtud de sus cargos, deberían velar por el cumplimiento de las leyes. La Justicia no tendría que someter sus tiempos y decisiones al calendario electoral (lo normal es que el secesionista Mas hubiese sido imputado por desobediencia, obstrucción a la Justicia, prevaricación y malversación durante e incluso antes de la campaña electoral del 27-S), pero nunca es tarde para que responda ante los Tribunales quien como presidente que debería ser de todos los catalanes hizo mofa y befa de la Constitución, las leyes y la soberanía nacional del pueblo español.

Quien aspiraba a ser Bolívar corre ahora el riesgo de terminar, empero, como uno de los héroes de la epopeya nacionalista: el golpista Lluís Companys, cuya rebelión contra la legalidad de la Segunda República española en 1934 le llevó a la cárcel. Así pues, lejos de verse obligado a dimitir o a renunciar como candidato a presidente de la Generalitat, esa adquirida condición de víctima y perseguido por 'Madrit', por el opresor centralismo español (por mucho que sea el Tribunal Superior de Justicia... de Cataluña el que le acuse de tan graves delitos), le prestigia a los ojos del delirio nacionalista. Hasta el punto de que el batiburrillo separatista que forman los CDC, ERC, Romeva y demás utiliza esta especie de imputación 'épica' para presionar a los antisistema de la CUP e intentar lograr así que se la envainen y apoyen la investidura del gran mártir contemporáneo del nacionalismo catalán.

Y es que, como ha aseverado su compañero de lista Junqueras, la imputación de Mas es la demostración de por qué Cataluña debería ser independiente: en una Cataluña separada de España, los políticos que lideran y promueven la secesión lograrían su objetivo de ostentar un poder incontestable y, por tanto, disfrutar de total impunidad; así, no tendrían que responder ante las leyes y los Tribunales españoles, sino ante la ficción de legalidad que dispusieran a su antojo. En una 'Catalunya Lliure', otro gallo cantaría. Que es, en el fondo, de lo que se trata.

lunes, 28 de septiembre de 2015

ELECCIONES CATALANAS: NO VOLVER LA CARA

La candidatura conjunta secesionista de Mas, Junqueras y Romeva ha ganado con claridad, y tal y como se esperaba, las elecciones autonómicas catalanas, si bien ha cosechado muchos menos escaños que los logrados hace tres años por la suma de CiU y ERC (71 frente a 62), por lo que necesitará a la ultraizquierda filoetarra de las CUP para formar gobierno en Cataluña (que es la razón última y legal de estas elecciones, insistamos); empero, entre ambas fuerzas separatistas no alcanzan ni mucho menos la mitad de los votos, dato que, dado el carácter plebiscitario que el nacionalismo ha querido dotar a estos comicios, resulta harto significativo.

Por desgracia, y al igual que sucedió en las elecciones autonómicas vascas de 2001 que cito más abajo, la mayor participación electoral no ha propiciado que el constitucionalismo supere al secesionismo. Eso sí, Ciudadanos, con un crecimiento espectacular, incluso mayor que el que vaticinaban las encuestas, ha emergido como segunda fuerza política en Cataluña y 'voto útil' no nacionalista, lo que a su vez ha perjudicado las expectativas electorales del PSC y, sobre todo, del PP (pese a que algunos sondeos anteriores a la campaña electoral les pronosticaban resultados incluso peores), que han bajado sensiblemente en número de votos y escaños y en la línea de desgaste que ambos partidos llevan sufriendo en sucesivas elecciones tras el comienzo de la crisis económica. Aun así, cabe resaltar que la suma Ciudadanos+PSC+PP se sitúa a la par en porcentaje de voto con Junts Pel Sí, lo que denota el enorme perjuicio que ha supuesto para el constitucionalismo la fragmentación de su voto frente a un rival que, él sí, ha comparecido en una lista unitaria. Para hacérselo pensar. Por su parte, la marca 'podemita', que estudios demoscópicos llegaron a situar en segunda posición en el Parlamento de Cataluña, se ha quedado muy lejos de sus objetivos electorales (ni tan siquiera ha igualado los 13 diputados que logró su socio ICV en las autonómicas de 2012) y, así, de desempeñar un papel decisivo en la política catalana; quizá una nueva muestra del paulatino desinflamiento electoral del movimiento chavista de cara a unas cercanas elecciones generales.

En suma, el nacionalismo independentista ha vencido, sí, pero ha retrocedido dos escaños en general y no ha alcanzado el límite 'plebiscitario' de la mitad de los votos. De nuevo, una Cataluña mucho más plural políticamente de como nos la presenta el nacionalismo y partida en dos en cuanto a adhesiones electorales al separatismo, pese a décadas de hegemonía del pensamiento único nacionalista.

Los votantes catalanes acudieron prácticamente en masa a las urnas, hasta el punto de que se batieron, y de largo, los récords de participación en unas elecciones autonómicas catalanas. Afluencia a los colegios que parecía favorecer en mayor medida las expectativas electorales de los partidos constitucionalistas, ya que estos suelen cosechar mucho mejores resultados en los comicios con menores índices de abstención en Cataluña, que hasta ahora no han sido otros que los nacionales. Así, buena parte de los estrategas electorales cifraban en el 73% de participación el límite a partir del cual el 'unionismo' superaría al secesionismo, si bien con el hándicap de la mayor fragmentación del voto al haber comparecido por separado.

Pues bien, tales pronósticos no han llegado a cumplirse, y es que cabe puntualizar una vez más que no nos manejamos en el ámbito de las ciencias exactas precisamente. Así, uno recuerda unas elecciones autonómicas vascas celebradas en mayo de 2001, poco antes del malhadado 'Plan Ibarretxe', que se presentaron como una oportunidad de oro para que el constitucionalismo (PP-PSE, liderados por Mayor Oreja y Redondo Terreros respectivamente, quienes, si bien no comparecieron en lista única, entonces no disimulaban su intención de alcanzar un pacto de Gobierno) derrotara al nacionalismo en su conjunto (PNV-EA y la marca etarra para la ocasión); esperanza que parecía hacerse realidad conforme los datos de participación se incrementaban. Pues bien, el chasco fue morrocotudo: fue el nacionalismo vasco el que logró movilizar a su electorado ante la amenaza cierta de perder el poder y, con ello, y a pesar del crecimiento en número de votos tanto del PP como, en menor medida, del PSE, ganar las elecciones de manera clara y rotunda. Pese a todo, y afortunadamente, Ibarretxe no conseguiría posteriormente sus propósitos anticonstitucionales, y ocho años después sí fue posible cosechar en las urnas una mayoría constitucionalista que llevaría al socialista Patxi López a la Lehendakaritza.

Tanto la experiencia vasca de 2001 como la de ayer en Cataluña señalan de nuevo que en política y elecciones no hay que dar nada por sentado. Sea como fuere, no todo ha de terminar en estos comicios que el nacionalismo ha presentado tramposamente como plebiscitarios; como se demostró también tras las citadas elecciones en el País Vasco, un resultado en principio adverso puede convertirse con el paso del tiempo en victoria si no volvemos la cara ante el reto planteado por el separatismo y, sobre todo, continuamos alerta en defensa de la Constitución y las leyes y utilizamos para ello los instrumentos del Estado de Derecho.

viernes, 25 de septiembre de 2015

UNA 'MERCÈ' QUE VALE POR TODA UNA CAMPAÑA

Toca a su fin la campaña de unas elecciones autonómicas catalanas que el nacionalismo secesionista ha planteado, no sin éxito, como plebiscitarias. Al principio de las mismas, el Gobierno de Rajoy, en su papel de garantizar la vigencia de la Constitución y, en consecuencia, de la unidad de España, bien pudo apuntarse el tanto de unos importantes logros diplomáticos al conseguir sendas declaraciones contrarias a la independencia de Cataluña de los principales líderes de Occidente, de Cameron a Obama, de Merkel a Hollande; sin embargo, en el último tramo especialmente, se ha permitido que el debate político derivara hacia el camino que pretendía el separatismo: polemizar sobre las consecuencias de una hipotética secesión de Cataluña, cuando el constitucionalismo debería haberse centrado en transmitir el mensaje de que, por muchos votos y escaños que cosecharan los partidos independentistas, estos en ningún caso iban a alcanzar un objetivo que se sitúa fuera de la Carta Magna que todos (incluidos un 90% de los votantes catalanes) nos dimos, de las leyes y de donde emanan, de la soberanía nacional española (a no ser, claro, que el Gobierno y las demás instituciones del Estado hagan dejación de funciones).

Así, se ha llegado el extremo grotesco y delirante, tan propio del nacionalismo, de afirmar que la separación de Cataluña de España no impediría que los catalanes hicieran uso de la nacionalidad...¡de un Estado al que dejarían de pertenecer!, y, sobre todo, que tamaño dislate jurídico-político llegara a ponerse en duda. Veremos si esta nueva victoria concendida al nacionalismo en el importantísimo terreno de las ideas y los principios no termina teniendo sus consecuencias en las urnas.

Eso sí, los incidentes de la fiesta de La Mercè en Barcelona, definidos como 'guerra de las banderas', valen por toda una campaña, puesto que han servido, y mucho, para que cada cual haya quedado perfectamente retratado. Bravo por Alberto Fernández Díaz y Angels Esteller, concejales del PP del Ayuntamiento de Barcelona, que tuvieron los arrestos de responder bandera española en ristre a la provocación de Alfred Bosch, diputado (nacional) de ERC, que colgó una enseña independentista en el balcón del consistorio ante la complacencia del resto de las 'autoridades' allí presentes; entre ellos, el aspirante a Bolívar catalán que, muy a su pesar, es como presidente de la Generalitat el representante ordinario del Estado en Cataluña. Deleznable la actitud del 'podemita' Gerardo Pisarello, lugarteniente de la Alcaldesa Colau, quien, a buen seguro que siguiendo indicaciones de su jefa, solo reaccionó intentado arrancar la bandera nacional de las manos de Fernández Díaz, mientras permaneció impasible ante el acto desafiante (y fuera de la legalidad) de Bosch. Y lamentable la respuesta de Carina Mejías, portavoz de Ciudadanos, la cual tuvo a bien situarse en una vergonzante equidistancia entre quien pretendía instalar un símbolo secesionista y anticonstitucional (y de partido) y quien contrarrestó con la bandera nacional y constitucional, hasta el punto de definir a ambos como 'extremos'.

¿Corrigieron la candidata autonómica de Ciudadanos, Inés Arrimadas, o el mismo líder nacional, Albert Rivera, a su concejal en Barcelona? En absoluto: la primera, no solo evitó respaldar el valiente acto de defensa de la bandera española de Fernández Díaz y Esteller, sino que les reprochó 'el uso' que hicieron de ella ('no vamos a hacer un uso de banderas porque, además, nosotros lo que queremos es centrarnos en la gente, no en las banderas', declaró sobre el particular, tan original ella); el segundo, se limitó a responder que él no entraba en 'guerras de banderas', porque las lleva 'en el corazón' (¡oh, pero qué bonito!). Menos mal que, como ciertos guardianes de 'las esencias' repiten machaconamente con tal de hacernos comulgar con ruedas de molino, hasta que apareció Ciudadanos nadie defendía en Cataluña la unidad de España. Y, desde luego, del Mesías Iglesias no podíamos esperar más que elogios a su 'discípulo' Pisarello, pero, ¿y del PSOE? Iceta, el candidato del PSC, lejos de contemplar ningún ataque a la enseña nacional, la reputó como 'la utilización de unos símbolos contra otros', mientras que Pedro Sánchez se mantuvo en su línea: ninguna muestra de apoyo ni a Fernández Diaz ni a la bandera de España (por mucho que a la hora de la verdad la exhiba en grandes dimensiones), a la vez que aseveraba que el problema era 'de malos gobernantes'. 

Eso sí que es situarse en 'la centralidad': entre la Constitución, la unidad de España y sus símbolos y el nacionalismo separatista y sus enseñas artificiales y anticonstitucionales. Más de uno debería tomar cumplida nota de cara a las urnas. ¿Y todavía hay quien no entiende cómo los que en Cataluña llaman 'unionistas' hayan, al contrario que sus rivales secesionistas, comparecido por separado en estas elecciones?

lunes, 21 de septiembre de 2015

LA ESPAÑA DE PAU GASOL

La del domingo 20 de septiembre de los corrientes fue otra jornada mágica e histórica para el baloncesto español. Nuestra Selección, tras eliminar en cuartos de final a la sempiterna rival (y supuesta favorita) Grecia y en semifinales a Francia en su propio terreno y de manera épica, disputaba su novena final en un Eurobasket y la segunda ante Lituania, que nos derrotó hace doce años en Estocolmo pese a que un jovencísimo Pau Gasol anotó nada menos que 36 puntos. Era hora, pues, de la revancha frente a los lituanos, naturales de un país de arraigada tradición baloncestística. Sin embargo, la selección báltica no ha sido rival para una España incomensurable y liderada de nuevo por un imponente Pau Gasol, indiscutible MVP ('Most Valuable Player') del Eurobasket y sin duda el mejor jugador de los últimos veinte años en el baloncesto europeo.

Dentro de un gran equipo que, no lo olvidemos, ha sabido hacer frente a bajas importantísimas (Calderón, Ricky Rubio, Navarro, Marc Gasol, Ibaka...), merecen también menciones Sergio Rodríguez, proclamado con toda justicia mejor base del Eurobasket; Rudy Fernández, cuya molesta y dolorosa lesión de espalda no le ha impedido mantener hasta el final su compromiso inquebrantable con España; y el seleccionador, Sergio Scariolo, bajo cuya dirección, y no por casualidad, se han logrado los tres campeonatos europeos casi de forma consecutiva: en 2009, 2011 y 2015 (excepto, pues, en 2013, en el que no estuvieron ni él... ni Pau Gasol).

Son ya, pues, tres oros europeos los que atesora la Selección Española de baloncesto, y doce medallas en total (además de los oros, seis platas y tres bronces); en virtud de lo cual superamos a la misma Lituania y nos situamos en tercer lugar en el medallero, solo por debajo de las desaparecidas y durante décadas potentísimas y hegemónicas URSS y Yugoslavia. Sin duda, esta extraordinaria generación de baloncestistas que tiene a Pau Gasol de estandarte (que asimismo ha cosechado un Mundial, el único en la historia del baloncesto español, y dos platas olímpicas, tras poner en ambos casos en apuros a los todopoderosos Estados Unidos) ha marcado ya una época en el baloncesto y el deporte español en general.

Sin duda, España bien puede presumir de contar en su Selección con uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto europeo, a la altura de un Drazen Petrovic o un Arvidas Sabonis. Y además, dicho sea de paso, con un catalán universal absolutamente comprometido con nuestro deporte (no precisamente con plataformas separatistas, como algún otro) por cuanto lleva a gala su condición de español allí donde va. Así, en plena polémica generada por el reto secesionista y golpista del nacionalismo catalán y la adhesión al mismo de un número nada despreciable de deportistas catalanes (porque lo fácil es confundirse con el medio ambiente imperante), no ha tenido empacho alguno en pronunciarse con claridad al manifestar públicamente, y una vez más, su orgullo por competir con España. Además, por su parte, el seleccionador Scariolo, italiano por más señas aunque plenamente identificado con España y lo español, puso el dedo en la llaga al resaltar la importancia del papel unificador de un líder como Pau al sentirse catalán y español. Ahí reside la clave del éxito de un equipo: unidad. Como de una nación.

Deberían tomar nota tanto quienes, arrogándose el monopolio del sentir de los catalanes y la representatividad de Cataluña, reparten carnés de buenos y malos catalanes; como aquellos que, resentidos y desagradecidos, o bien reniegan ahora de haber competido por una nación a la que tanto deben, o bien mantienen una actitud calculadamente ambigua y farisaica por mero interés crematístico y personal. Afortunadamente, y pese a que pretendan hacernos ver lo contrario, no todos los catalanes son como Mas, Junqueras, Romeva, Guardiola, Xavi (Hernández) o Piqué. Hay algo más allá que el pensamiento único nacionalista entre los catalanes.

Muchas gracias, Pau, por haber liderado y conducido a unos magníficos equipos humanos a las más altas cotas del baloncesto español en las competiciones internacionales; por saber ser siempre el mejor ejemplo como deportista de elite y, con ello, no haber perdido jamás el señorío que te caracteriza; y por llevar con orgullo la defensa y representación de España y, sobre todo, tener la valentía de proclamarlo alto y claro en estos momentos. Bravo, Pau.