Nunca me he creído las encuestas que, aunque con escasísimo margen, pronosticaban una victoria del 'sí' en el referéndum 'express' planteado por el trilero Tsipras: la demagogia, de cuyo peligro como degradación de la democracia alertaba Aristóteles, el Estagirita, en la mismísima Grecia, hace tiempo que ha calado, y de qué manera, en un electorado griego que, sin ir más lejos, hace apenas unos seis meses votó mayoritariamente a una coalición de partidos populistas y antisistema. Por tanto, lo normal era que, a pesar del 'corralito', las colas que comienzan a extenderse de los bancos a los hipermercados y otras severas restricciones, típicas consecuencias de las políticas populistas y antieconómicas (pero que buena parte del votante griego, siguiendo la propaganda de su Gobierno, atribuye a la malvada 'Troika'), ganara el 'no', y de calle. No es, desde luego, la primera vez que un pueblo decide en las urnas dar firmes pasos hacia el suicidio colectivo: también la historia demuestra que las situaciones desesperadas suelen ser las más propicias para emprender semejante deriva.
Tsipras recibió una primera y significativa felicitación por su indiscutible triunfo: la de la insigne 'ultra' y eurófoba Marine Le Pen, que ha aplaudido el resultado del referéndum. Sea como fuere, ha quedado meridianamente claro que una amplia mayoría del electorado heleno respalda a su Gobierno en su pretensión de no cumplir sus compromisos adquiridos con quienes le financiaron bajo expresa petición suya; esto es, de no devolver lo que debe y no atenerse a unas normas derivadas de su pertenencia a una unión económica y monetaria de la que, empero, se resiste a salir con tal de seguir viviendo de prestado. Pues bien, el resto de la Unión Europea, compuesta por naciones igualmente soberanas y que, además, sí cumplen, no debería permitir que infringir los acuerdos y contratos, lejos de penalizarse, hasta obtenga recompensa. Sentaríamos un precedente indeseable y muy peligroso en un espacio político y económico que tiene a la seguridad jurídica como uno de sus valores fundamentales.
En suma: al socio de un club que quiera continuar disfrutando, no solo de derechos, sino de beneficios y privilegios pero sin asumir ningún deber, coste ni obligación se le debe enseñar la puerta de salida. Y sin excepciones.
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