lunes, 9 de septiembre de 2013

EL COI: ¡MENUDA TROPA!

Una de las ciudades mejor dotadas de comunicaciones e infraestructuras del mundo, una gran nación que siempre ha sabido estar a la altura en la organización de este tipo de eventos, unos deportistas de extraordinario nivel... Sin duda, Madrid, España en general, parecían tener todo a favor para, esta vez sí, y a la cuarta, lograr ser sede olímpica; máxime cuando el dictamen del Comité de Evaluación del Comité Olímpico Internacional (COI) había ponderado las magníficas condiciones de la capital del Reino, a la que situaba por encima de las otras dos aspirantes. Sin embargo, el chasco fue monumental: en la primera votación se produjo un sorprendente empate con Estambul, y en el subsiguiente desempate la candidatura de Madrid fue descartada. 

A los miembros del COI cabe aplicarles la castiza expresión del conde de Romanones cuando, pese al compromiso personal obtenido de la mayoría de los académicos, perdió una votación para ingresar en la Real Academia de la Lengua (para más inri, sin haber obtenido un solo respaldo): 'Joder, qué tropa', exclamó el político liberal de la Restauración cuando se enteró del resultado. Desde luego, ni la capital de España (que cuenta con servicios públicos e instalaciones sin parangón), ni el proyecto presentado (magníficamente, sobre todo por el Príncipe Felipe), ni el deporte español (a la cabeza en el panorama mundial) se merecían quedar eliminados a las primeras de cambio.

Mucho se ha discutido sobre la idoneidad de organizar unos Juegos Olímpicos precisamente ahora, todavía inmersos en una grave crisis económica de la que parece que salimos por fin, sí, aunque tímidamente. Sabido es que a corto plazo las Olimpíadas no suelen ser rentables desde el punto de vista económico, debido a la ingente cantidad de inversiones, tanto públicas como privadas, que requieren. Ahora bien, la imagen de España, que es la que fundamentalmente quedaría en el extranjero, sí se hubiera visto muy beneficiada en general. Y sobre todo en términos turísticos y de prestigio como país organizador de grandes acontecimientos. No por casualidad tantísimas ciudades, y no precisamente de los países más proclives al despilfarro y al populismo, han pugnado siempre por organizar tan magno evento deportivo; y huelga puntualizar que difícilmente se seguirían celebrando las Olimpíadas si no hubiera aspirantes dispuestos a afrontar tan monumental gasto.

Quizá se le pueda reprochar a los dirigentes de la candidatura española de pecar de justo lo contrario de aquello de lo que, generalizando injustamente, se tacha a los políticos españoles, lo que muchos han presentado como lastre para conseguir ser sede olímpica: de cándidos. Porque los miembros del COI no son precisamente unos reputados e íntegros moralistas que, por ejemplo, se levanten todas las mañanas inquietos y pendientes del último mensaje de móvil que, procedente de Soto del Real, publique determinado periódico. Y bien que lo han demostrado en tantísimas ocasiones: en todas partes cuecen habas, pero, ¿acaso China, con un régimen político basado en la represión, el robo y el crimen, Brasil, donde la corrupción es un modo de vida, o incluso ahora Japón, en el que el entramado social e institucional es proclive a la cleptocracia, son paraísos de la decencia social y política? 

Si, como también se ha aducido, hubiesen sido los casos de 'doping' (la no cerrada 'operación Puerto', tan irresponsablemente aireada en estas jornadas por algunos periodistas 'compatriotas', por cierto) los que hubiesen golpeado las conciencias de los insignes señores del Comité Olímpico, desde luego que no hubieran colocado a Estambul en el segundo lugar de sus preferencias teniendo presente el reciente escándalo de dopaje masivo de atletas turcos. También se ha presentado a la crisis económica como condicionante decisivo para el rechazo a la candidatura, cuando no ha sido ni mucho menos ajena a Japón (en realidad, sus vaivenes macroeconómicos han sido constantes desde su famosa crisis bancaria de finales de los 80); donde solo ahora, y al igual que en España, empiezan a revisar al alza su previsión de crecimiento económico. 

Eso sí, si se trataba del poder de influencia de las multinacionales (esa sí clave, a mi juicio), cabe reconocer que en ese terreno llevábamos todas las de perder: otra demostración, empero, de que no son precisamente ni los valores del deporte ni la calidad de la ciudad aspirante factores determinantes en estos casos. Sin ir más lejos, pese a que pareciera una ventaja en estos tiempos de obligada (y saludable) contención del gasto, que la candidatura de Madrid presumiera de tener construida la práctica totalidad de las instalaciones e infraestructuras deportivas no nos favoreció en absoluto: muchísimos de quienes tenían que decidir con su voto en Buenos Aires no 'olían' negocio ni provecho económico particular en la capital de España. Y actuaron en consecuencia.

Sea como fuere, no deberíamos insistir en los golpes de pecho y regodearnos en el dolor (actitud, por otra parte, tan típicamente española), ni lamentarnos de nuevo de una supuesta excepcionalidad y fatalidad de nuestra historia como si jamás ninguna candidatura de ciudad o país de prestigio y peso internacional hubiese sido descartada (véase el ejemplo reciente de Chicago, en presencia del mismísimo Obama): porque ni los Juegos Olímpicos eran el maná, ni ahora se acaba el mundo porque no nos hayan concedido su organización. Se ha tratado simplemente de una muy buena ocasión perdida; pero, honestamente, poco más se podía hacer. Esta gran nación que, antes y después de presentar sus aspiraciones olímpicas, sigue siendo España ha de salir adelante; y, como parecen indicar las cifras macroeconómicas, lo hará, y como siempre sin esperar ayuda directa de nadie y gracias al esfuerzo y buen hacer de su mejor activo: la sociedad civil española. Además, y pese a quien pese, nuestro deporte seguirá cosechando extraordinarios triunfos, generando admiración en todo el mundo y dejando el pabellón español bien alto. Sin olvidarnos, eso sí, de aquellos de nuestros deportistas que no disfrutan de las mieles y facilidades económicas de la élite, a los que se debería ayudar en la medida de lo posible. Porque también llevan con éxito y orgullo el nombre de España.

Por supuesto, y como lo cortés no quita lo valiente, felicidades a Tokyo, cuyos indudables potenciales pueden llevarle a ser una magnífica sede olímpica.

1 comentario:

Maribeluca dijo...

Pues sí, no tenemos la exclusiva del mamoneo y "la corrupción" aunque tantos paisanos se empeñen en considerarnos la primera potencia mundial únicamente en eso, parece que los cheques a futuro superaron a la austeridad y las estructuras ya existentes... y si no van a tener en cuenta las evaluaciones técnicas de sus propios expertos que lo digan y nos ahorramos el disgusto y las molestias.