jueves, 7 de marzo de 2013

LA IZQUIERDA, O LA IMPOSTURA

Todavía resuenan los ecos (aunque no demasiado, ya que quienes suelen montar el correspondiente escándalo mediático se han mostrado significativamente silentes en esta ocasión) de la recomendación que el Secretario de Organización del PSOE de Huelva, un tal Ferrera, se permitiera trasladar en público a la Ministra Báñez: su encierro en el hogar para hacer labores propias de una abnegada ama de casa. Cabe reconocerle empero al dirigente socialista su moderación al no llegar a hacer uso de la conocida expresión 'con la pata quebrada', si bien se entiende el sentido. Palabras propias de un progresista, sea como fuere. Sin embargo, en este caso no han levantado mínimamente la voz aquellas y aquellos guardianas y guardianes 'irreductiblas' e irreductibles de las esencias del feminismo progre; las mismas y los mismos que, sin ir más lejos, hace muy poco despellejaron vivo a Toni Cantó, incluso con llamamientos explícitos a empalarlo, pese a que el actor y diputado reconociera inmediatamente su error (de bulto, eso sí) de afirmar que la mayoría de las denuncias por violencia de género son falsas basándose en datos no contrastados y pidiera perdón por ello. 

Es de sobra conocido que, de la misma manera que basta con declararse de izquierdas para poner sordina a los comentarios más disparatados y retrógrados (cuando no son directamente jaleados si se dirigen contra una mujer de derechas, algo que en realidad 'les pone' a muchas y a muchos), el mero hecho de no formar parte de la secta progre le hace a uno sospechoso de ser un machista redomado, incluso sea cual sea tu 'condición sexual'. Y ya puedes desgañitarte intentando demostrarles lo contrario a semejantes falsarias y falsarios, que es perfectamente inútil.

Poco después, saldría a la luz la edificante costumbre de Izquierda Unida de Madrid de no pagar retenciones por IRPF, es decir, de defraudar a Hacienda. He aquí a los más estrictos adalides de la lucha contra el fraude fiscal de 'los poderosos', de la solidaridad con los más necesitados y de la honradez y moralidad públicas; estos son los martillos de hereje de la corrupción, los que exigen a los demás un comportamiento impoluto. Una vez más, se impone aquel conocido principio: 'haced lo que yo digo, no lo que yo hago'. Aun así, ni nadie va a ir a manifestarse frente a ninguna sede de IU, ni la noticia va a tener mayor trascendencia: ventajas de poseer el salvoconducto mediático de definirse 'de izquierdas', y además llevar esa misma denominación en el nombre del partido. Es más: sus preclaros dirigentes continuarán impartiendo (desde el Parlamento, desde la calle o desde ambos sitios a la vez, según convenga) lecciones de ética y moral, exigiendo transparencia y presentándose a sí mismos como la más viva esperanza de la regeneración política. Y se quedarán tan anchos, porque casi nadie les va a replicar: el cuento de la superioridad moral de la izquierda lo mismo sirve para un roto que para un descosido.

Pero no acabó ahí una semana en la que la impostura de la izquierda alcanzó sus más altas cotas. Porque también tendría lugar el óbito del caudillo del populismo bananero contemporáneo, Hugo Chávez, muerto rodeado precisamente del siniestro y macabro esperpento que ha caracterizado a su deleznable mandato. Además de la más acabada reencarnación del 'Tirano Banderas' del genial Ramón María del Valle-Inclán, la nefasta ejecutoria política del histriónico, grotesco y liberticida Chávez es el perfecto ejemplo de la vigencia de una máxima: la izquierda produce pobreza, y la pobreza produce izquierda. Bien se ocupó el Gorila rojo de hacer a cada vez más venezolanos dependientes de la sopa boba, dádivas y subsidios del generoso Estado 'bolivariano', y de esta manera asegurarse la fidelidad de una porción importante del electorado. Vamos, el voto cautivo de toda la vida.

Porque, además, su 'socialismo del siglo XXI' (básicamente el de siempre, es decir, el del asfixiante intervencionismo y dirigismo económicos y las nacionalizaciones a las bravas, a la terminante orden de 'exprópiese') ha convertido una otrora tierra de promisión en un país empobrecido, lastrado para más inri por la inseguridad jurídica y una corrupción generalizada e institucionalizada. En este aspecto, Chávez sí podía presumir de haber hecho de Venezuela un sucedáneo de su admirada Cuba de los Castro. Asimismo, desde el primer momento utilizó sin miramientos todos los resortes del Estado para perseguir e intentar silenciar cualquier atisbo de oposición política o social (lo que no consiguió del todo debido a la heroica resistencia de la parte más dinámica de la sociedad civil venezolana) y amordazar o directamente cerrar a los medios de comunicación críticos ('señor, está usted despedido', llegaría a espetar a cada uno de los directores de la prensa incómoda en uno de sus interminables sainetes televisivos).

Manera de proceder despótica, propia de los peores sátrapas, que se reputaría absolutamente inadmisible si la llevara a cabo cualquier típico espadón latinoamericano; pero basta vestirse de rojo, declararse fiel amigo de Fidel Castro y acérrimo enemigo del imperialismo yanqui y hacer proclamas populistas, demagógicas y basadas en el resentimiento para que nuestra izquierda (y no solo la más radical) encontrara en él a su nuevo faro del mundo ('la experiencia democrática de Venezuela', como resaltaría aquel insigne cineasta de nuestra progresía) y, por tanto, le dedique emocionadas loas una vez muerto: desde Cayo Lara a Bardem, pasando por el batasuno Otegui desde la cárcel. Con lo cual podemos imaginar (y temer) qué tipo de 'democracia real' es el que postulan algunos para sustituir al actual régimen constitucional. Para ponerse a temblar.

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