lunes, 11 de febrero de 2013

INJURIAS Y RUEDAS DE MOLINO



Hemos de hacernos eco de otra vergonzosa pitada al Rey de España y al himno nacional español, y de nuevo con motivo de un acontecimiento deportivo; en este caso la final de la Copa del Rey de baloncesto en Vitoria con evidente protagonismo, otra vez, de la hinchada barcelonista. O se toman medidas de una vez por todas, o seguiremos asistiendo a tan bochornosos espectáculos, puesto que los que se dedican a injuriar a España se saben impunes. Para empezar, se debería sancionar a aquellos anfitriones de competiciones que acogen o promueven comportamientos de este tipo: por ejemplo, además de las correspondientes multas, ninguna fase final de Copa durante una década entera. 

Por su parte, los clubes deportivos cuyas directivas no sienten ningún respeto ni por el Rey ni por España en general tendrían que tomar la iniciativa de retirarse de competiciones que llevan el nombre del Jefe del Estado. Aunque solo sea por pura coherencia. E incluso, llegado el momento y si sus aficiones son reincidentes, expulsarlos. Ya está bien de limitarse a aplicar paños calientes con los intolerantes, que de todas formas, y dada la naturaleza insaciable del nacionalismo, jamás se van a contentar.

Hay quien incluso ha intentado justificar o 'explicar' tan lamentable reacción atribuyendo esas pitadas a una supuesta caída en picado de la popularidad del Rey, evidente en las encuestas; cuando obviamente si han tenido lugar ha sido simple y llanamente porque simboliza la unidad y permanencia de España, a la que los nacionalistas odian. Tamaña conclusión se hubiese podido sostener si los silbidos solo se hubiesen dedicado a don Juan Carlos, que de todas formas, e independientemente de la opinión que tengamos sobre su persona y manera de proceder, merece una mínima consideración por lo que representa la alta magistratura que encarna; pero también se ha abucheado, y mucho, al himno nacional. Desde luego, comportamiento tan ignominioso hubiese sido impensable en Madrid, Valencia o Murcia, siempre que no acogieran a un público nacionalista, claro. Porque ha sido todo un termómetro social, sí, pero de nuevo de la intransigencia y visceral falta de respeto del nacionalismo secesionista.

Vitoria, ciertamente, no es nacionalista si atendemos al voto de los electores (sin ir más lejos, el Ayuntamiento es del PP), pero resulta harto dudoso que el Buesa Arena en una final en la que juega el Barça pueda ser una representación a escala de la ciudadanía de la capital alavesa. Si los pitos de la hinchada barcelonista, y de la masa borreguil e imbuida de rencor nacionalista que la siguió, es un mero indicativo del hartazgo general de los españoles, apaga y vámonos. Porque, por desgracia, no es la primera vez que ocurre algo parecido cada vez que se celebra una competición deportiva en Cataluña o el País Vasco, o allí donde ha habido presencia separatista. Así que, por favor, que encima no nos hagan comulgar con ruedas de molino.

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