miércoles, 26 de septiembre de 2012

FRENTE AL DOBLE DESAFÍO GOLPISTA

Ciertamente, el 25-S marcará el inicio de una de las épocas más delicadas para nuestra joven democracia, cuya consistencia empieza a ser sometida a duras pruebas. Por una parte, la sedición perrofláutica del 15-M y demás grupúsculos antisistema (de la extrema derecha a la extrema izquierda) han vuelto por sus fueros, esto es, a intentar tomar las calles por las bravas, esta vez con un declarado objetivo: rodear y asaltar el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional, para imponer por la fuerza la dimisión del Gobierno y, de paso, un 'proceso constituyente'; es decir, pretenden hacer prevalecer a apenas 6.000 manifestantes sobre la voluntad manifestada libre y democráticamente por una mayoría de once millones de españoles, reflejada en el Parlamento nacional, y además cargarse de un plumazo el régimen político constitucional que los españoles nos dimos tras años de divisiones y enfrentamientos cainitas. ¿Y qué títulos y méritos presenta este movimiento astroso y esperpéntico para llevar a cabo semejante revolución? Desde luego, no los obtenidos en las urnas, por las que sienten verdadera aversión, quizá debido a que les suelen ser radicalmente adversas. Les basta con proclamarse a sí mismos la voz del 'pueblo', pese a que su posición minoritaria dentro de la sociedad resulta cada vez más evidente. ¿Pero qué es la democracia liberal sino una ficción, una mera convención burguesa?

Por tanto, ni legitimidad democrática ni nada que se le parezca: los cambios políticos no han de derivar de la voluntad de los ciudadanos manifestada en elecciones abiertas y libres, como es propio de los sistemas democráticos, sino de las turbas violentas en las calles. Golpismo puro y duro, al modo de la Marcha sobre Roma de Mussolini o de la toma del Palacio de Invierno por parte de los bolcheviques. Afortunadamente, en este caso los vándalos que, empleándose con total agresividad, intentaban adueñarse de nuevo de la vía pública y atacar a la representación de la voluntad popular se encontraron con un Cuerpo Nacional de Policía que cumplió impecablemente con su cometido de defender la legalidad, el orden público y los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Sin embargo, la barbarie sediciosa no cejará en su empeño desestabilizador: de momento, han logrado que secuencias parciales y debidamente distorsionadas de los incidentes, que se limitan a mostrar a una Policía que se produce de manera contundente frente a unos transeúntes desarmados, hayan dado la vuelta al mundo, lo que sin duda no beneficia precisamente a la imagen de España; aunque más letal hubiese sido la publicación de fotografías de una muchedumbre violenta apostada en las mismas puertas del Congreso, situación que se ha evitado gracias a las medidas de seguridad adoptadas.

Por otra parte, unas élites políticas y económicas secesionistas han confirmado su pretensión de pasar por encima de la soberanía política, que reside única y exclusivamente en la nación española (es decir, en el pueblo español), con el objetivo de acabar con la Constitución y la unidad de España. De tal manera que Artur Mas, tras adelantar, como era previsible, las elecciones autonómicas catalanas, amenaza ahora con convocar un referéndum saltándose el ordenamiento legal y constitucional a la torera. ¿Se hubiera atrevido el todavía 'president' a anunciar semejante atropello a nuestra Carta Magna (en su momento votada, por cierto, por un 90 por ciento de los electores catalanes) y a la soberanía del pueblo español si continuara en vigor aquella ley, aprobada en tiempos de Aznar pero derogada inmediatamente por Zapatero, que sancionaba con penas de inhabilitación e incluso de cárcel a quienes promovieran un plebiscito ilegal? De aquellos polvos, estos lodos; porque el socialismo zapaterista no ha traído consecuencias nefastas solo en materia económica.

Se trata, en suma, de un doble desafío, no ya al Gobierno del PP, sino fundamentalmente a nuestro régimen constitucional y democrático; al que, con todas sus imperfecciones y posibilidades de mejora, cabe ahora defender y preservar con decisión y firmeza. Un doble reto de índole golpista frente al que se debería contar con el apoyo sin matices del otro gran partido nacional y alternativa política natural, el PSOE; aunque, dada su irresponsable actitud en ambos casos (en uno, justificando de algún modo las actitudes violentas de la sedición; en otro, sacándose de la manga esa supina estupidez del 'federalismo' para evitar situarse al lado del PP), solo hay que esperar que, en el mejor de los supuestos, se coloque de perfil para limitarse a esperar el desgaste del adversario político: en el fondo, a sus actuales dirigentes, siguiendo además la tradición del socialismo español, les importan un bledo el ordenamiento constitucional y la unidad de la nación española con tal de lograr conquistar el poder. Al menos, el PP cuenta con un valiosísimo instrumento, amén de la misma Constitución y las leyes: su mayoría absoluta en el Parlamento, obtenida legítimamente en las urnas.

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