martes, 10 de julio de 2012

QUINCE AÑOS DESPUÉS



La banda terrorista ETA no solo pretendía poner al Gobierno de entonces entre la espada y la pared: quería someter a un macabro chantaje a toda la sociedad española. Y ésta reaccionó de manera absolutamente ejemplar: de la conmoción provocada por el cruel secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, joven concejal de Ermua, surgió una rebelión cívica sin parangón en la democracia. El espíritu de rebeldía de un pueblo vizcaíno que se levantó con indignación y valentía contra los asesinos y quienes les prestaban apoyo y cobertura contagió a una nación entera, que al unísono llenaba las calles de toda España y exigía a los dirigentes políticos unidad y firmeza para acabar con el crimen etarra y barrer a sus adláteres. Fue, sin duda, un punto de inflexión en la actitud de la sociedad española frente a la vesania terrorista; había triunfado el 'Espíritu de Ermua', en feliz definición de su alcalde, Carlos Totorica.

Un Espíritu que impregnaría la política antiterrorista llevada a cabo en los años siguientes, basada en una batalla sin cuartel, y siempre con los instrumentos del Estado de Derecho, contra la banda asesina y sus comparsas, que serían puestos fuera de la ley; y, a su vez, en un reconocimiento público al sacrificio y la memoria de las víctimas del terrorismo. Avances que propiciaron la práctica derrota policial y social del entramado criminal etarra, hasta que el Gobierno salido del 11-M optara por la vía de la negociación política, que, aunque supuestamente interrumpida, nunca llegó a abandonar; hasta el punto de que resultan evidentes ciertas concesiones a la banda terrorista, como es el vergonzante regreso de los proetarras a las instituciones de la mano de las marionetas del PSOE en el Tribunal Constitucional.

Así, justo cuando se cumplen quince años del vil asesinato de Miguel Ángel Blanco y el nacimiento del glorioso Espíritu de Ermua, ha tenido lugar una escena ignominiosa y humillante para las víctimas del terrorismo y para quien representa todo un símbolo en la lucha contra el totalitarismo etarra y la defensa de España y la libertad. Quince años después, el recuerdo de aquel mártir de nuestra democracia y ese espíritu de rebelión cívica de toda una nación se han visto mancillados, y para mayor deshonra en la mismísima sede de la soberanía nacional. Se lo debemos a los actos de felonía de ciertos señores, togados y no togados, cuyo inmenso daño infligido a la causa democrática y constitucional solo empieza a advertirse. He aquí su obra.




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