jueves, 7 de junio de 2012

VENCER AL CATASTROFISMO... Y AL GOLPISMO

Tras dos semanas auténticamente terribles para la economía española, con continuas pérdidas en la bolsa y la prima de riesgo batiendo récords hace poco inimaginables, parece ser que las turbulencias han aminorado y el ambiente en los mercados se halla más calmado: la ahora popularísima prima ha llegado a descender de los 475 puntos, el Ibex ha superado los 6.500 y el Tesoro Público ha cerrado una nueva emisión de deuda bajo una fuerte demanda por parte de los inversores, si bien a precios moderadamente más altos. Ha bastado con que la propuesta del Gobierno español, consistente en propiciar un rescate bancario con fondos europeos, haya obtenido el ansiado 'plácet' de las autoridades de Bruselas. Por fin el presidente Rajoy ha conseguido llevarse al gato al agua, pero antes ha debido resistir bajo viento y marea los duros embates procedentes, no exactamente de los 'malvados' mercados (cuyas fluctuaciones no se deben a la 'mano negra' de ningún enemigo implacable de la humanidad, sino a variadas y mudables circunstancias entre las que cabe incluir el eco logrado por determinados infundios), sino más concretamente de quienes, actuando en el ámbito mediático y político como verdaderos especuladores de la catástrofe, intentan pescar en río revuelto en pos de determinados intereses.

Así, no fue ni mucho menos casualidad que el 'Financial Times' propagara el bulo de que el Banco Central Europeo rechazó el plan presentado por el Gobierno español para financiar Bankia; ni que el 'Wall Street Journal' publicara que el FMI estaba preparando un rescate para España. Ambos, periódicos anglosajones que lanzaron sendas 'bombas' informativas (o más bien desinformativas), que los supuestos involucrados se apresuraron a desmentir. Sin necesidad de dar pábulo a teorías conspirativas, sí es cierto que hay quienes saldrían beneficiados del hundimiento y posterior desaparición del euro, y qué mejor manera de intentar hacerlo posible que incidiendo por medio de la intoxicación en el desprestigio de la economía española. Después, se encargaría de poner la guinda el mismísimo Mario Draghi, que no dudó en utilizar la presidencia del BCE como plataforma de defensa de los intereses de su país, Italia; así, al descalificar en público las medidas tomadas por el Gobierno español respecto a Bankia, pretendía poner el foco en España como previsible próximo país en ser objeto del temido 'rescate', pese a que la economía italiana no se encuentra precisamente en mejor situación que la española.

Pero a los divulgadores del infundio y promotores del apocalipsis procedentes del exterior se han unido en el interior voces que han llegado a sugerir un gobierno de concentración como especie de solución milagrosa a nuestros males; personajes que, de esta forma, no han tenido empacho alguno en mostrar su olímpico desprecio a la soberanía nacional, que hace poco se manifestó rotundamente en las urnas concediendo una mayoría absoluta al PP. Y es que Rajoy lleva apenas cinco meses en el Gobierno, pero para algunos, especialmente para quienes perdieron el poder, se están haciendo eternos. Este golpismo de rotativo y de despacho recuerda mucho a aquella infame campaña (procedente, por cierto, del mismo 'imperio' mediático, ahora venido a menos) que tuvo lugar poco después de que el PP ganara por primera vez, en 1996, las elecciones generales, y que abogaba por la sustitución de Aznar por otro presidente más maleable. Afortunadamente, aquellos aspirantes a 'espadones' de corbata no se salieron con la suya, y tampoco parece que quienes han tomado el relevo en estos tiempos lo vayan a conseguir. Pero resulta inevitable que la izquierda mediática y política saque a relucir sus 'tics' golpistas cada vez que alcanza el poder una derecha a la que le sigue negando cualquier atisbo de legitimidad democrática.

Porque, de llevar adelante tal pretensión, sería un golpe a la mayoría votante y, como tal, también a la democracia, que precisamente se basa en el respeto a la expresión de la mayoría en las urnas (por supuesto, mientras se protege y da voz a las minorías); quienes recomiendan sustituir a Rajoy por las bravas, parecen obviar que hace apenas cinco meses fue investido como presidente del Gobierno por el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional. Pero es precisamente ahí donde pinchan en hueso, dado que el PP cuenta con una sólida mayoría absoluta; de tal forma que la única esperanza que alberga este golpismo de guante blanco y negras intenciones es que Bruselas acabe haciendo con España como con Grecia e Italia: imponer un candidato 'tecnocrático' en un gobierno de concentración, que en este caso haga tocar poder de nuevo al PSOE. Y de ahí a exigir la providencial llegada a La Moncloa de un 'cirujano de hierro' al modo del prefascista Joaquín Costa solo habría un paso.

Y es que ni mucho menos la tecnocracia constituye la fórmula milagrosa ante situaciones de crisis, porque a la hora de llevar el rumbo de un país no cuentan tanto los conocimientos técnicos que se posean (que para eso ya existen los altos funcionarios y los asesores especializados) como la claridad de ideas, la audacia política y la capacidad de liderazgo. Sin ir más lejos, Grecia e Italia cuentan con Gobiernos tecnocráticos, por cierto desde hace más tiempo que el que lleva Rajoy como presidente, y no han hecho milagros precisamente: Grecia ya sabemos cómo sigue, y la economía italiana, pese a las cortinas de humo del dúo Monti-Draghi, se halla bastante peor que la nuestra. En cualquier caso, si alguien quiere presentarse bajo las siglas de una especie de 'Partido Tecnócrata' en España, es muy libre de hacerlo; que se presente a las elecciones y decidan los votantes, como debe ser. Porque la soberanía, al menos de momento, sigue residiendo en la nación española, y en nadie más.

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