Mucho se ha hablado y debatido sobre la famosa carta de Mariano Rajoy a los presidentes del Consejo Europeo, Van Rompuy, y de la Comisión Europea, Durao Barroso; aunque la misma debería haberse remitido con copia a su auténtica destinataria, Frau Merkel. En una misiva con
tintes dramáticos (acorde a la situación económica actual, que ni el rescate bancario a España ha sido capaz de calmar), y en vísperas del próximo Consejo Europeo de
los días 28 y 29 de junio, insta a
promover la disciplina presupuestaria, flexibilizar los mercados,
liberalizar los servicios, fomentar la movilidad del trabajo y, como
medida inmediata, que el BCE inyecte liquidez para estabilizar los
mercados financieros y reducir la prima de riesgo; a su vez, insiste en
sus propuestas enunciadas en Sitges: una autoridad fiscal en Europa que
armonice las políticas fiscales, una supervisión bancaria europea y un
fondo de garantía de depósitos común. Al menos, cabe reconocerle al presidente del Gobierno español que haya tomado la iniciativa al dejar negro sobre blanco sus propuestas en unos momentos tan delicados para la misma supervivencia del
euro.
Además, apenas un día después de hacerse pública la referida carta, los mercados, expertos en economía y el mismo FMI respaldaban la línea defendida por Rajoy: sin unión
bancaria y fiscal, no encontraremos salida a la crisis y el euro se irá
al garete. Son las consecuencias de haber empezado por el tejado la
construcción de la unión económica y monetaria. Es hora ya de instalar los cimientos.
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