viernes, 20 de abril de 2012

NADA ES GRATIS



'No hay dinero para atender el pago de los servicios públicos'. Así de claro y directo ha sido el presidente Rajoy para justificar las últimas medidas de ajuste de su Gobierno en materia de Sanidad y Educación; que, obviamente, no se toman por mero capricho masoquista, ni porque la derecha sea malvada por naturaleza, ni con la aviesa intención de desmantelar el sistema público de servicios básicos, sino precisamente para procurar su mantenimiento en condiciones de pura racionalidad económica. No hacer nada como si la realidad no fuera tan cruda y seguir acumulando deuda sobre deuda sería la mejor garantía para que el sistema público de Sanidad y Educación quebrara definitivamente y se fuera al garete sin remisión, por muchos lamentos que profiriéramos y golpes de pecho que nos diéramos.

La falta de ingresos fiscales derivada de una muy prolongada crisis económica no hace sino agravar una situación ya de por sí delicada. Y es que junto al 'no hay dinero' también se debería insistir en el siguiente mensaje: 'nada es gratis'. Está bien, proclamemos una vez más con toda la solemnidad requerida que servicios esenciales como el sanitario y el educativo, en los que están en juego nada menos que la salud de las personas, en un caso, y la instrucción de nuestros hijos, en otro, no han de regirse por fríos criterios de mercado y, por consiguiente, por la pura búsqueda del beneficio económico. Manifestemos de nuevo nuestro inquebrantable compromiso de liberar a la Sanidad y la Educación de las garras del capitalismo salvaje, y las veces que sea menester. Ahora bien, ¿la declaración de tan elevados principios y su concreción, la gestión pública de esos servicios, convierte en 'gratuitos' los recursos, tanto humanos como materiales, necesarios para llevarlos a cabo? En absoluto: los pagamos, y muy caro, con los impuestos de todos; que en épocas de prosperidad económica pueden cubrir, mal que bien, los inmensos gastos que el sistema conlleva, pero que en tiempos de zozobra como el que sufrimos se muestran claramente insuficientes.

De ahí que se haya introducido el copago farmacéutico en función de la renta, como en Francia, Italia o Alemania; medida con la que se pretende disuadir del uso del medicamento y evitar así su despilfarro (el pasado ejercicio se tiraron nada menos que 3.700 toneladas de ellos, lo que supuso un derroche de 1.200 millones de euros). Además, se implanta la unificación de la cartera de servicios, la centralización de las compras de los fármacos y cambios legales para intentar acabar con el turismo sanitario procedente del extranjero. Reformas necesarias para sostener y hacer viable el mismo sistema sanitario que queremos preservar (aunque no han de ser ni mucho menos las únicas), y que han contado básicamente con el apoyo de todas las Comunidades Autónomas; exceptuando, claro está, al buque insignia de la izquierda ruinosa: la castigada Andalucía, para más inri próximamente gobernada por una coalición social-comunista, garantía de contumacia en el dispendio y la miseria.

En cuanto al sistema educativo, el Ministro del ramo, Wert, ha adelantado una primera medida de ajuste en el ámbito de la Universidad pública: un incremento en las tasas universitarias, con especial incidencia en los repetidores. Desde luego, ha de complementarse con reformas de mayor enjundia que afronten los males que aquejan a nuestra desprestigiada Universidad (lastrada también por su supuesta 'gratuidad'), tales como el excesivo número de estudiantes matriculados (el doble que Alemania), el escaso valor de los títulos universitarios o la endogamia instalada en el profesorado.

A propósito de este asunto, se ha planteado un interesante debate sobre la conveniencia o no de devolver las competencias de Sanidad y Educación a la Administración del Estado. Sin embargo, haríamos un pan como unas tortas si nos limitáramos a ello y no afrontáramos los endémicos problemas de financiación de un sistema público que, por mucho que se insista en su 'universalidad' y 'gratuidad', no deja de ser tremendamente costoso y, debido a sus deficiencias, altamente deficitario. Porque se trata más de un problema de 'cómo' se gestiona que de 'quién' lo haga.

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