lunes, 30 de enero de 2012

¿LA CULPA? DE 'MADRIT', POR SUPUESTO

El repentino y traumático cierre de la compañía aérea Spanair no es sino una nueva demostración de que tirar de dinero público, aunque se disfrace de defensa del 'interés general' o se presente como manera de superar los 'fallos del mercado', no sirve para obrar milagros. Más bien suele ser contraproducente; incluso si se utiliza para reflotar empresas, que en el mejor de los casos pueden de esa forma obtener pan hoy, pero para pasar hambre mañana. Porque por mucho que la financiación proceda de ese ente al que se le conceden propiedades casi taumatúrgicas llamado Estado (del que la Administración autonómica catalana no deja de formar parte), la compañía en cuestión seguirá sometiéndose a la ley de la oferta y la demanda, la competencia y demás rigores del mercado; en consecuencia, y a no ser que consiga adaptarse a los mismos, continuará siendo improductiva y, por tanto, y puesto que el dinero público tarde o temprano también acaba agotándose, terminará fracasando igualmente. La alternativa al libre mercado en el sector comercial aéreo, consistente en el monopolio del Estado-empresario, la conocemos perfectamente: un servicio burocratizado, tremendamente costoso e ineficiente; y en el que las preferencias del consumidor no pintan absolutamente nada.

Pero que la simple y cruda realidad no estropee ningún delirio, en este caso nacionalista. Porque hete aquí que salta a la palestra Puigcercós, que pasaba por representar la tendencia menos radical, obviamente dentro de lo que cabe, del secesionismo republicano catalán; quien ha encontrado al verdadero culpable de la caída de la joya de la corona del nacionalismo catalán: por supuesto, y como no podía ser de otra manera, la insaciable España, la mangante 'Madrit'. Y es que el opresor y asfixiante yugo español obliga a Cataluña a sujetarse a los más elementales principios de la economía. En cambio, cuando llegue el glorioso día de la independencia, los Països Catalans se verán exentos de cumplir reglas tan inexorables para el común de los mortales como odiosas (quién sabe, hasta muy posiblemente la ley de la gravedad, seguramente un invento español, deje de estar en vigor); y en ellos, cual paraíso en la tierra, todo será posible: desde atar perros con longanizas hasta crear de la nada (es decir, con ese dinero que 'no es de nadie') un sinfín de compañías aéreas catalanas; que, liberadas del mal español, jamás quebrarán.

No debería extrañarnos a estas alturas: así de irracional y disparatado es el nacionalismo.

miércoles, 25 de enero de 2012

'REVOLUCIÓN GALLARDÓN'



Quizá las reformas económicas estén haciéndose esperar, pero no así las políticas e institucionales. Sin duda que una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia, al menos desde que en 1985 el Gobierno de Felipe González perpretara la muerte de Montesquieu con la complicidad de un Tribunal Constitucional absolutamente dócil, es acometer una profunda transformación de la Administración de Justicia que conlleve su despolitización y total independencia del poder Ejecutivo. Pues bien, en una memorable comparecencia en el Congreso de los Diputados, el nuevo Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, y tal y como adelantaba la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, ha anunciado un cúmulo de reformas de las que, por su carácter eminentemente renovador y de gran calado, no hay precedentes en la historia reciente. Entre ellas, la de la malhadada Ley Orgánica del Poder Judicial, con el fin de que establezca, y ateniéndose a la literalidad de nuestra Carta Magna, la elección por parte de los mismos jueces y magistrados de doce de los veinte vocales del Consejo General del Poder Judicial. De tal forma que la división de poderes, condición 'sine qua non' de cualquier Estado de Derecho que se precie, dejará por fin de ser una mera ficción.

Desde luego, sería preferible que una reforma legal de tantísima trascendencia institucional, y que como tal debería perdurar pese a los cambios de Gobierno, contara al menos con el acuerdo del primer partido de la oposición. Pero, como era previsible, el PSOE, que siempre ha utilizado la voluntad popular expresada en las urnas como coartada para hacer y deshacer con la Justicia a su antojo (como si la aplicación e interpretación de las leyes por parte de los jueces tuviera que depender de las mayorías parlamentarias), no está en absoluto por la labor. En cualquier caso, cabe resaltar que, al tratarse de una Ley Orgánica, su concurso no será necesario: basta la mayoría absoluta que ostenta en el Congreso el PP, que no ha de desaprovechar esta oportunidad de oro para proceder a una regeneración democrática que pasa necesariamente por descontaminar políticamente a la Judicatura. Y es que debería darse por descontado que no iba a obtener la adhesión de un PSOE que jamás ha creído en la división de poderes ni, en consecuencia, en la independencia de la Justicia. Por sus hechos, y bastante recientes por cierto, les conoceréis.

Pero el anuncio del Ministro Gallardón a Sus Señorías no se ha quedado ni mucho menos ahí: su ingente proyecto reformista incluye, entre otras medidas, nada menos que un nuevo Código Mercantil que garantice la unidad de mercado, muy deteriorada por culpa del batiburrillo legal autonómico, y favorezca la competencia; una revisión de la actual Ley del Aborto, uno de los peores dislates heredados del zapaterismo, con el fin de introducir el consentimiento paterno en los abortos de las menores de edad y rescatar  la doctrina del derecho a la vida del Tribunal Constitucional; la pena de prisión permanente revisable para crímenes de especial gravedad, demanda social muy extendida tras los últimos casos de asesinatos alevosos que han quedado prácticamente impunes; una modificación de Ley de Responsabilidad Penal del Menor que unifique la investigación y el enjuiciamiento de delitos graves que impliquen a mayores y menores; y un nuevo Estatuto de las Víctimas que respalde sus derechos ante el abandono que suelen sufrir tras la comisión del delito del que son objeto.

El desolador estado en el que se encuentra nuestra Justicia, una de las patas sobre las que se sostiene cualquier sistema democrático y de libertades, requería reformas de este tenor, ambiciosas, audaces y profundamente regeneradoras. En realidad, no son sino las medidas que en esta materia estaban incluidas en el programa electoral con el que el PP concurrió a los últimos comicios generales, si bien presentadas en conjunto aparentan constituir una verdadera revolución. Una revolución que parece estar dispuesto a encabezar sin ambages Alberto Ruiz Gallardón, y que debería iniciarse lo antes posible. La delicada salud de nuestra democracia no puede esperar mucho más.

viernes, 20 de enero de 2012

CRIMEN Y HUMILLACIÓN

Casi dos años después de la muerte del disidente político Orlando Zapata, la tiranía comunista que sojuzga a Cuba vuelve a afrentar al mundo civilizado con otra víctima mortal de su criminal abyección: Wilman Villar, muerto tras una huelga de hambre que iniciara tras ser condenado en noviembre a cuatro años de cárcel. Su incalificable delito, y que obviamente los Willy Toledo y demás voceros y propagandistas del régimen castrista no tardarán en glosar convenientemente, consistió en participar en una manifestación de protesta contra el Gobierno cubano en su localidad natal, lo que le valió su detención, su sometimiento a un 'juicio sumario' y su posterior condena por 'desacato y atentado a la autoridad'. Porque los totalitarismos basan su supervivencia, entre otros métodos, extendiendo el miedo entre sus súbditos, y qué mejor manera que imponiendo castigos ejemplarizantes a quienes se atrevan a subvertir el paraíso socialista.

Y tras el crimen, la humillación, como es 'marca de la casa' de la dictadura caribeña; de comportamiento tan canalla como para impedir a la viuda del finado que vea el cadáver de su propio marido, lo que en cambio sí se le ha consentido a su madre, afecta al castrismo. Pese a esta nueva muestra de vileza de un régimen que continúa concitando la comprensión, e incluso el respaldo explícito, de tantos a quienes se les llena la boca perorando sobre derechos humanos, todavía tratarán de convencernos de la autenticidad de sus últimos pasos 'reformistas' y 'aperturistas' desde que Raúl Castro, a modo de herencia monárquica, sustituyera al Tiranosaurio como líder y cabeza visible. Por desgracia, nada más lejos de la realidad: el comunismo de los hermanos Castro, como es natural, no ha mudado en absoluto su ser liberticida, sanguinario y cruel, y en consecuencia sigue a lo suyo: oprimiendo y matando. Por tanto, el mundo libre y democrático, capitaneado por Estados Unidos y la Unión Europea, lejos de permanecer inerte, debería tomar medidas diplomáticas que propiciaran el debilitamiento y la posterior derrota de una tiranía que representa un verdadero escarnio para la humanidad.

martes, 17 de enero de 2012

FRAGA: TODA UNA VIDA AL SERVICIO DE ESPAÑA

Ha muerto a los 89 años Manuel Fraga Iribarne, uno de los padres de nuestra Constitución y presidente fundador del Partido Popular. Portento intelectual, honrado a carta cabal, tuvo el mérito de hacer evolucionar al franquismo reformista hacia el conservadurismo democrático. Nuestra historia reciente no puede entenderse sin la presencia de este gigante de la política al que le guiaba una pasión: el servicio a España, a lo que se dedicó en cuerpo y alma desde los variados cargos que desempeñó. Todo un ejemplo a seguir, especialmente en unos tiempos, los actuales, en los que la integridad personal y el nivel de instrucción de buena parte de nuestros políticos deja bastante que desear.

Fue Ministro de Información y Turismo precisamente en la época de mayor aperturismo del franquismo, que, merced a la entrada de España en el mercado internacional y las reformas económicas de los llamados 'tecnócratas del Opus', favoreció un periodo de prosperidad que nunca antes había vivido una sociedad española que se modernizaba de manera vertiginosa; hasta el punto de que, paradójicamente, con el paso del tiempo iba a contrastar de manera cada vez más clara con un régimen obsoleto. El sector turístico por el que se apostó, y que diseñó Fraga, fue clave en el desarrollo económico, y en cierta manera en el cambio de costumbres: no hubo más remedio que relajar la estricta moral pública imperante hasta entonces si se quería llenar nuestras playas de turistas extranjeros. Idea suya fue el lema 'España es diferente', y bajo su dirección se edificó la red de paradores nacionales. Como Ministro de Información, impulsó la aprobación de una Ley de Prensa que eliminaba la censura previa, un avance dentro de una dictadura que, como tal, no reconocía la libertad de expresión.

Sus discrepancias con el propio Franco acerca del ritmo y la calidad de las reformas, junto a su implicación en los enfrentamientos entre los llamados 'azules' (en los que estaba incluido) y los 'opusdeístas' del régimen a propósito del caso Matesa, le llevaron al cese como Ministro y, posteriormente, al 'exilio' como embajador de España en Londres, donde tuvo tiempo de estudiar a fondo a su admirada democracia británica. Muerto el dictador, formó parte del primer Gobierno de la Monarquía como vicepresidente y Ministro de la Gobernación, donde llevó a cabo una ejecutoria muy controvertida ante la creciente sucesión de desórdenes públicos (fue ahí cuando se le atribuyó la famosa exclamación '¡la calle es mía!', autoría que él siempre negó). Cesado Arias Navarro ('un desastre sin paliativos', según palabras del Rey, para pilotar la reforma política) como presidente del Gobierno, Fraga pasaba a ser, junto a José María de Areilza, uno de los favoritos para sucederle; pero don Juan Carlos dio la sorpresa al nombrar para el cargo a un jovencísimo Adolfo Suárez, entonces Ministro Secretario General del Movimiento. Afortunadamente, el 'error Suárez', como se le llegó a calificar, no fue ni mucho menos tal, pero a partir de ahí Fraga buscaba acomodo dentro del convulso panorama político español, y fuera de una Unión de Centro Democrático que, desde el Gobierno, estaba llamada a aglutinar el voto del electorado más proclive a una transición democrática sin traumas.

Y lo hizo organizando un partido, Reforma Democrática, con el que trataba de atraerse a lo más granado del franquismo reformista frente al 'bunker' que representaban Girón de Velasco y Blas Piñar. A continuación fundó la federación de partidos Alianza Popular (AP), en la que incluyó por supuesto al suyo propio, y que abogaba por una transición ordenada hacia la democracia, sin concesiones al marxismo ni al separatismo. Su 'fichaje' de los conocidos como 'siete magníficos' (Fernández de la Mora, López Rodó, Licinio de la Fuente, Silva Muñoz, Martínez Esteruelas, López Bravo y Thomas de Carranza, casi todos ex-Ministros de Franco) parecía augurarle un magnífico resultado electoral en los comicios de 1977, de resultas de la esperada adhesión en las urnas del llamado 'franquismo sociológico'; sin embargo, AP tuvo que conformarse con el tercer puesto (muy lejos de la victoriosa UCD y del PSOE), menos del 10 por ciento de los votos y 16 escaños. Y es que la mayor parte del electorado del centro-derecha, por mucho que se le pudiera considerar por entonces más o menos franquista, apoyaba la democracia sin matices, y estaba por una reforma al menos lo suficientemente audaz.

Aún así, le cupo el honor de participar como ponente en el nacimiento de la actual Constitución española, junto a los centristas Pérez Llorca, Cisneros y Herrero de Miñón, el socialista Peces Barba, el catalanista Roca y el comunista Solé Tura. Su recién adquirida condición de 'padre' de nuestra Carta Magna no le impidió retirarse temporalmente de la política, hasta que decidiera imprimirle un carácter más centrista a Alianza Popular pactando con Osorio y Areilza su incorporación a Coalición Democrática, cuya candidatura a las elecciones generales de 1979 encabezaría. Pero los frutos electorales fueron verdaderamente desalentadores: 9 diputados y 6 por ciento de los sufragios; en este caso, debido fundamentalmente a la mayor concentración del 'voto útil' del centro-derecha en la UCD, cuyo líder supo explotar a la perfección el recelo que despertaba un marxismo al que el PSOE todavía no había renunciado.

Pero la Unión de Centro Democrático, una vez que cumplió el objetivo por el que se creó, que fue culminar institucionalmente la transición democrática, se descomponía a ojos vista, y de ello se vería especialmente beneficiada la Alianza Popular de Fraga, que acogió a políticos centristas descontentos (llegó a formar en 1982 una coalición electoral, que se repitiría en 1986, con el Partido Liberal de Segurado y el Partido Demócrata Popular de Alzaga, ambos procedentes de la UCD) y consiguió por fin absorber la mayor parte del voto que antes iba a parar al partido de Suárez y pasar a ser el referente del centro-derecha. De tal forma que, un año y medio después del felizmente fracasado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 (en el que Fraga se enfrentó a los golpistas), se celebraron elecciones generales, en las que AP se erigió como el partido que más creció exponencialmente al conseguir el 26 por ciento de los votos (cinco millones) y 106 escaños (aunque a casi 100 de un arrollador PSOE). Manuel Fraga se había convertido en el jefe de la 'leal oposición', como a él mismo le gustaba calificar al británico modo.

Sin embargo, lejos siempre de hacer realidad su sueño de alcanzar la presidencia del Gobierno, Fraga y AP sufrieron durante diecisiete años una auténtica 'travesía en el desierto'. La indiscutible hegemonía socialista, cuyo poder ejercía sin miramientos, el cainismo y las divisiones que caracterizaban entonces a la derecha, la falta de renovación en los programas y los mensajes y la injusta pero negativa imagen (que la izquierda, y no solo ella, insistía en identificar con el autoritarismo y el franquismo) que transmitía el mismo Fraga en amplios espectros del electorado hicieron imposible ni tan siquiera romper ese tristemente célebre 'techo de Fraga' (los resultados cosechados en 1982, nunca superados), que se convirtió en una verdadera maldición. El propio líder de la derecha, tras idas y venidas, acabó convenciéndose de que su papel protagonista se había tornado en tremendamente perjudicial para las expectativas de su partido; así, tras conducir en 1989 la refundación y conversión de Alianza Popular en Partido Popular, que significó la definitiva integración de las corrientes liberal y democristiana y su inclusión por fin en el Partido Popular Europeo, entregó el testigo del liderazgo al entonces presidente de la Junta de Castilla-León, un joven José María Aznar (no sin que antes su particular sanedrín, formado por Lucas, Rato, Álvarez-Cascos y Trillo, le convenciera de que no designara a Isabel Tocino, como era su intención inicial); relevo que se escenificó en un Congreso celebrado un año después en Sevilla, donde el PP, de la mano de Aznar y sus jóvenes colaboradores, empezaba a adquirir una tonalidad cada vez más liberal y trasladar así mayor credibilidad como alternativa al socialismo imperante.

Cinco años después comenzaron a sucederse en el ámbito nacional las victorias electorales del nuevo PP, pero el propio Fraga tuvo la oportunidad de disfrutarlas mucho antes: en 1989 presentó su candidatura a la presidencia de la Xunta de Galicia y logró la mayoría absoluta; resultado que, profeta en su tierra, repetiría hasta en tres ocasiones. Bajo su largo mandato, Galicia experimentó un progreso sin precedentes, especialmente en materia de infraestructuras; eso sí, para muchos resultó ciertamente chocante la 'conversión' al autonomismo de quien en su momento, e incluso como ponente constitucional, tan contrario se había mostrado al Título VIII de nuestra Carta Magna: quizá un ejemplo más de quien, siendo ideológicamente conservador, siempre se había preocupado por adaptarse a los tiempos y las circunstancias. Pese al desgaste de quince años en el poder, y el provocado también por el hundimiento en costas gallegas del 'Prestige', manipulado hasta la saciedad por la propaganda anti-PP, Fraga consiguió una nueva y clara victoria en los comicios regionales de 2005; si bien se quedó a escasos votos de la mayoría absoluta, lo que facilitó el pacto social-nacionalista para hacerse con el Gobierno gallego. Sus últimos años los dedicó a su puesto de senador por designación autonómica, una especie de retiro dorado que, por cuanto le mantenía conectado con la actualidad política, siempre había deseado. Hasta que en septiembre de 2011 decide retirarse de la vida política por razones de salud.

Han sido nada menos que 60 años de una carrera política ingente, fructífera y absolutamente modélica. Contribuyó en primera línea al desarrollo y la modernización de España, desempeñó un estimable papel (aunque quizá no tan decisivo como él hubiese querido) en la transición a la democracia, atrajo al franquismo más o menos reformista hacia posiciones de conservadurismo democrático y propició la consodilación de una gran fuerza política nacional de centro-derecha que, sin ir más lejos, hoy gobierna en España. Por todas estas razones, Manuel Fraga Iribarne pasará a la historia como una de las personalidades políticas más destacadas del siglo XX en España.

viernes, 13 de enero de 2012

LADY THATCHER, POR FIN, AL CINE

Nada menos que veintiún años. Es el tiempo que hemos tenido que esperar los cinéfilos especialmente amantes de las películas históricas y biográficas, y que además nos declaramos sin ambages admiradores de Margaret Thatcher y su obra política, para poder deleitarnos con un 'biopic' sobre la formidable líder británica: 'La Dama de Hierro'. Aunque quizá haya sido el tiempo necesario como para que alguien tratara de forma desapasionada la vida y carrera política de una figura que tantísimas y tan acentuadas filias y fobias despertaba: y se ha atrevido a hacerlo Phylilla Lloyd (directora de 'Mamma Mía'), con la perspectiva suficiente como para no presentar a Lady Thatcher como la reencarnación del diablo en mujer, que es como nos la pintaba la izquierda mediática y política de la época. En cualquier caso, pese a que la película intenta mostrarse políticamente aséptica (esfuerzo que ya es de agradecer), el hecho de que su empeño principal sea acercarnos a la Thatcher más íntima y humana, con su conocida fortaleza pero también con sus debilidades, propicia que el espectador simpatice con el personaje y, por tanto, también pueda hacerlo con las ideas y valores que enuncia, defiende y pone en práctica de manera tan inquebrantable.

Porque, haciendo en principio incluso abstracción de su condición de política conservadora, que la hija de un modesto tendero de un pequeño pueblo haya logrado llegar, paso a paso y tras no pocas frustraciones, nada menos que a Primera Ministra, y dentro de un partido en aquel entonces con ciertos aires clasistas y aristocráticos, podría entusiasmar a cualquier simpatizante de la izquierda que creyera de verdad en el ascenso social; y que además lo haya conseguido en un mundo de total hegemonía masculina, como tan gráficamente exhiben determinadas escenas de la película, debería constituir un edificante ejemplo para quien se adhiera a la causa feminista o de defensa de los derechos de la mujer. Pero si Margaret Thatcher es capaz de sortear tantos obstáculos y alcanzar sus metas es precisamente porque en su forma de conducirse por la vida aplica a rajatabla los principios que divulga como líder política, y que la progresía en general, partidaria de sustituir la iniciativa individual por la ingeniería social, rechaza. Así, el éxito por medio del esfuerzo y el mérito personal sería una premisa fundamental que, con el fin de rescatarla para una desmoralizada e indolente sociedad británica, llevaría a un Partido Conservador ideológicamente amorfo y contaminado de tantos años de laborismo, y que convertiría después en guía de su ejecutoria política.

Puesto que la película pretende centrarse en el carácter humano y personal de la protagonista, el hilo argumental se basa en el recorrido que sobre su vida, y a través de sus recuerdos y conversaciones figuradas con su difunto marido, Denis, realiza una Margaret Thatcher que empieza a sufrir de demencia senil. De tal forma que asistimos a una concatenación de 'flashbacks' que nos retrotraen a los momentos supuestamente más importantes del devenir personal y político de la Dama de Hierro: su juventud como ayudante del pequeño negocio de su padre, labor que compaginaba con sus estudios; sus comienzos en política (en los que conoció a su futuro esposo) como jovencísima candidata conservadora en su distrito; su primera entrada como diputada electa en una Cámara de los Comunes dominada absolutamente por hombres; su controvertida gestión como Secretaria de Estado de Educación en el Gobierno de Edward Heath; la conquista del liderazgo del Partido Conservador, empeño que no contaba al principio con la comprensión de su familia; su llegada a Downing Street tras su primera victoria electoral como candidata a Primera Ministra; sus duros enfrentamientos contra los adversarios externos (los sindicatos y el laborismo) e internos (aquellos de sus Ministros que flaqueaban ante la impopularidad de las medidas 'thatcherianas'; entre ellas, por cierto, aparte de privatizaciones, liberalizaciones y desregulaciones, una subida de impuestos, eso sí, indirectos); el atentado del IRA contra el Hotel Brighton, en el que se alojaban ella y su marido, y del que salieron milagrosamente ilesos; su postura firme y tajante en la Guerra de las Malvinas, punto de inflexión en su mandato (y en el que por ello se detiene especialmente la película); los tiempos felices derivados de su repentina popularidad y la recuperación económica; nuevo deterioro de su imagen tras su propuesta de implantar el 'poll tax', un impuesto municipal, y su postura contraria a la inclusión de Gran Bretaña en la unión monetaria europea, que coincide con la dimisión de su viceprimer Ministro, Geoffrey Howe, y el envite que le plantea Michael Heseltine para disputarle el liderazgo del Partido Conservador; traición final, dimisión y emocionante despedida de Downing Street.

Aún tratándose de un relato bastante completo de los hechos y acontecimientos que marcaron su vida personal y política, sí se echa de menos (máxime cuando el apelativo de 'Dama de Hierro' fue idea de la gerontocracia que dominaba la Unión Soviética) una especial referencia a su importante papel en la Guerra Fría y la subsiguiente caída del Muro de Berlín, que tan solo se menciona de pasada; y, en directa relación con ello, su alianza irrompible, plena identificación y relación de profunda amistad con Ronald Reagan, sin cuya presencia no puede entenderse la política exterior de Margaret Thatcher. Asimismo, debería haberse prestado siquiera un poco de atención a sus polémicas intervenciones en las cumbres europeas, donde, también rodeada de hombres (como en tantas secuencias de la película), casi siempre ejercía de molesto verso suelto en defensa de los intereses británicos; sobre todo teniendo en cuenta que fue su terminante rechazo a la unión monetaria lo que provocó la dimisión de su otrora fiel Geoffrey Howe (y no, como parece querer hacernos creer el mismo filme, una supuesta y humillante bronca que la propia Thatcher le propinara en una reunión del Gabinete) y la consiguiente revuelta dentro del Partido Conservador y de su propio Gobierno.

Los últimos días de Margaret Thatcher como Primera Ministra se nos aparece sola, aislada, de resultas de su cada vez mayor alejamiento de los miembros de su Gabinete, que acaban forzando su renuncia. Con ello se nos transmite la idea, sin duda exagerada y en una concesión al 'antithatcherismo', de que la firmeza en las convicciones que siempre le ha guiado se llega a convertir en obstinación, intransigencia, una posición inflexible que exaspera a la opinión pública británica; lo que genera una ocasión de oro para los 'trepas' del Partido Conservador, que logran por fin expulsarla del poder. Porque esa misma obcecación con la que se nos presenta no le impide dimitir de sus cargos pese a haber obtenido el apoyo de la mayoría del Partido. Pero sola acaba incluso al final de la película, una vez que su inseparable Denis decide abandonarla también de sus delirios: un símbolo del carácter indómito e individualista de la Dama de Hierro.

En suma, se trata de un muy apreciable 'biopic', aunque, debido entre otras razones a su ritmo irregular, no alcanza la excelsa calidad de recientes y magníficas producciones cinematográficas británicas como 'The Queen' o 'El Discurso del Rey'. Destaca por encima de todo una nueva interpretación magistral de Meryl Streep, la actriz que, por dotes artísticas e incluso rasgos físicos, mejor podía ponerse en la piel de la Dama de Hierro; en muchas escenas es literalmente clavada a Lady Thatcher. Por tanto, una película que no cabe perderse bajo ningún concepto.

miércoles, 11 de enero de 2012

LO QUE HUBIERA HECHO DOÑA ESPERANZA

Subir los impuestos siempre es perjudicial para la actividad económica y la generación de riqueza. Ahora bien, cabe esperar que, tal y como se nos ha anunciado e insistido, se trate de una decisión circunstancial, con fecha de caducidad de dos años, con el fin de intentar enjuagar el galopante déficit; y que, además, también se cumpla el compromiso, adquirido recientemente por Montoro, de que al final de la legislatura paguemos menos impuestos que cuando gobernaba el PSOE. Son promesas que, obviamente, habremos de tener muy presente a la hora de acudir a las urnas. Asimismo, las medidas de ajuste y reducción del gasto público han de complementarse con una serie de reformas liberalizadoras que servirían para favorecer la reactivación de la economía.

En estos mismos términos se ha expresado la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; quien ha tenido además la honestidad y la gallardía de reconocer que en la situación de Rajoy hubiese actuado de la misma forma. Confiemos en que, pese a todo, aquellos que estos días se dedican a repartir credenciales de liberalismo no se la retiren a doña Esperanza, quien, por principios y ejecutoria, representa uno de los mejores ejemplos de dirigente político liberal dentro del panorama europeo.



martes, 10 de enero de 2012

LA ALIANZA DEL MAL

¿Qué tienen en común el fundamentalismo islamista y la izquierda más o menos radical pero siempre antiliberal? Obviamente, un odio atroz a Occidente y los principios y valores que le han convertido en la civilización más libre y desarrollada del mundo (democracia, libertades individuales, economía de mercado, Estado de Derecho...); ni más ni menos, lo que ambas corrientes disfrazan, y para entusiasmo de gran parte de la progresía internacional, de reacción de defensa frente a las agresiones de un imperialismo yanqui, capitalista y dizque criminal. Porque hay quienes se empeñan en echar mano de las mismas viejas consignas propagandistas que se empleaban antes de la caída del Muro de Berlín, por supuesto que entonces del lado comunista y contra el mundo libre. Por tanto, no es de extrañar que el dictador iraní Ahmadineyad, que levanta en la izquierda similar entusiasmo que el que le provocaba en los 80 el Ayatolá Jomeini (solo porque se declaraba y ejercía de enemigo jurado de sus denostados Estados Unidos), haya emprendido una gira por Latinoamérica para visitar precisamente a lo más granado de la izquierda bananera: Chávez, por supuesto, en Venezuela; Evo Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador; Daniel Ortega en Nicaragua; y, cómo no, los hermanos Castro en Cuba.

Dios (o el diablo en este caso) los cría, y ellos se juntan. Y es que la única alianza a la que puede avenirse el islamismo no es a aquella estupidez, típicamente buenista, definida como 'de las Civilizaciones', sino a la que, siquiera circunstancialmente, le una con quienes coincide en un mismo objetivo fundamental: combatir los regímenes de libertades propios de Occidente, 'infiel' para los islamistas, 'imperialista' y 'neoliberal' para los apóstoles del 'socialismo del siglo XXI'. Una auténtica alianza del mal, dada la naturaleza liberticida, totalitaria y  hasta terrorista (como el propio Ahmadineyad, Chávez o Castro) de quienes la pergeñan. Aunque, eso sí, que el sátrapa iraní disponga de armas nucleares, y que haya amenazado con borrar Israel de la faz de la tierra, no parece preocupar en excesivo a nuestros pacifistas y ecoprogres de salón, en cambio tan beligerantes cuando de abrir una simple central nuclear en Occidente se trata. Y de la misma forma que aquella broma de Reagan en una prueba de sonido en la radio ('señores compatriotas, les anuncio que en cinco minutos bombardearemos Rusia') levantara en su momento una auténtica polvareda, sin embargo la gansada de Chávez ante su siniestro invitado y los medios de comunicación ('vamos a atacar Washington') no ha generado la más mínima polémica. Aunque maldita la gracia, sobre todo teniendo en cuenta la perversa catadura de tan nefastos personajes.

jueves, 5 de enero de 2012

RON PAUL, EL 'OUTSIDER'

Ha pasado prácticamente desapercibido el 21 por ciento de voto (a apenas cuatro puntos tanto del moderado y favorito Romney como del más derechista Santorum) que el libertario Ron Paul ha conseguido en los caucus del Partido Republicano en Iowa; pero, si bien las encuestas le concedían un porcentaje similar e incluso el segundo puesto, ha tenido bastante mérito cosechar tal nivel de apoyo (sin ir más lejos, 11 puntos más que en las asambleas celebradas en 2008) en un Estado nítidamente conservador. Desde luego, parece harto complicado que pueda competir hasta el final por la candidatura republicana a la presidencia de los Estados Unidos, aunque de momento Paul, a sus 76 años, ha logrado convertir al movimiento libertario, otrora restringido a minoritarios ámbitos académicos y de pensamiento político y económico, en una corriente cada vez más pujante e influyente en la política norteamericana.

Partidario de la Escuela Austriaca de Economía (a la que llegó a conocer y seguir influido por el economista norteamericano Murray N. Rothbard, autor de 'La ética de la libertad'), este médico dio el paso de entrar en política el mismo día que Richard Nixon decidió expulsar el dólar americano del patrón oro. A partir de ahí, como congresista por Texas ha abogado siempre por un abstencionismo radical del Estado: supresión del impuesto sobre la renta, eliminación de la mayoría de las agencias federales e incluso de la misma Reserva Federal son quizá sus propuestas más destacadas; esta última ha obtenido especial eco últimamente tras las políticas monetarias expansivas de los Bancos Centrales, causantes directas de la crisis actual: de ahí el éxito de su libro 'End the Fed'. Ahora bien, cabe puntualizar que no defiende exactamente el retorno al patrón oro, sino la abolición de las leyes de moneda de curso legal para dejar que el mercado decida libremente los estándares monetarios.

Fuera del ámbito estrictamente ecónomico, Paul aplica los principios libertarios de defensa a ultranza de la libertad individual, y por tanto de ausencia total del Estado en la esfera privada: derecho a la posesión de armas, aplicación del 'habeas corpus' y garantía de los derechos y libertades constitucionales en todos los casos (fue la voz discordante republicana contra la 'Patriot Act' aprobada tras los atentados del 11-S), educación en el hogar ('home-schooling') e incluso legalización de las drogas (tanto por la ineficacia del actual sistema de represión como por una mera cuestión de defensa de los derechos individuales). Eso sí, se muestra absolutamente contrario al aborto, ya que, según reconoce él mismo, sus años como médico de obstetricia le convencieron de que la vida comienza en la misma concepción.

En realidad, programa tan ambicioso, audaz y rupturista, a pesar de que siempre ha colocado a Ron Paul en posición de 'outsider' en la política norteamericana,  podría contar con las simpatías e incluso la ilusión de cualquier liberal más o menos utópico. Hasta que nos topamos con sus quiméricos y ciertamente disparatados planteamientos en materia de política exterior, que pasan por el abandono de los Estados Unidos de cualquier compromiso internacional y la consecuente retirada de sus tropas en todo el mundo; postura suicida que, en el muy improbable caso de que se viera habitando en la Casa Blanca, no tendría más remedio que matizar muy mucho, ya que supondría un grave menoscabo para la misma defensa de la libertad, que también debe ejercerse en el exterior inclusive para propio beneficio e interés de la democracia norteamericana.

Puede resultar extraño que semejante movimiento de aires revolucionarios, y que por ello obtiene la adhesión de buena parte de un electorado joven, descontento con el 'establishment' y con tendencia a votar demócrata, encuentre acogida precisamente en el GOP (Great Old Party). Sin embargo, el propio Paul y otros portavoces del libertarismo norteamericano no se cansan de insistir en que sus ideas son las que mejor representan los viejos valores y principios, basados en la libertad individual, la propiedad privada y la economía de mercado, sobre los que se edificaron los Estados Unidos de América. Y lo cierto es que, si nos atenemos a la letra de la Constitución y las Declaraciones de Derechos, parecen tener toda la razón del mundo.