martes, 15 de marzo de 2011

ESTADO DE MIEDO


Lástima que el devastador terremoto que ha sufrido Japón no haya coincidido con el mandato del mefistofélico Bush, o de algún presidente republicano que, más o menos afecto a los 'ultras' del 'Tea Party', sea contrario a seguir a pies juntillas las indubitables prescripciones de la verdad revelada 'verde'. Ya se hubiera señalado a un culpable, por supuesto 'yanqui', con nombre y apellido. Eso sí, la inefable ecoprogresía, inasequible al desaliento, ha tenido a bien aprovechar la conmoción mundial provocada por el desastre nipón para intensificar su campaña contra la energía nuclear: ha visto la ocasión pintiparada para volver a situar en el primer plano de la actualidad una de sus 'causas' fundamentales, últimamente muy de capa caída.

Lo cierto es que, contando como siempre con la inestimable ayuda de la mayor parte de los medios de comunicación, tan dados en estos casos al sensacionalismo, lo ha conseguido plenamente. Para ello, no ha ahorrado en el uso de mentiras y medias verdades, auténtica 'marca de la casa', con el fin de intentar confundir y manipular a una opinión pública ya de por sí inquieta y perpleja. Desde luego, la comparación con el accidente nuclear de Chernóbil es absolutamente intencionada: se trata de colocar una tragedia derivada tanto de la incompetencia técnica como del desprecio a la vida humana, propios del sistema comunista, exactamente al mismo nivel que unos daños provocados por una catástrofe natural con escasísimos precedentes en la historia. Falsificación muy burda, pero tremendamente efectiva si se tiene en cuenta que este tipo de mensajes calan en una población mayoritariamente desinformada; a la que tendremos que acabar explicando, ante las pretensiones 'ecolojetas' de convertir el efecto en causa, que lo que aconteció en Japón fue un terremoto de colosales dimensiones, y no un desastre nuclear.

También se oculta deliberadamente el hecho, ciertamente significativo, de que un seísmo tan demoledor únicamente ha provocado el cierre de once plantas nucleares (y tan solo ha afectado gravemente a una de ellas, la de Fukushima), y que el resto, concretamente 43, siguen en funcionamiento. Sin embargo, y sin tan siquiera esperar a detectar posibles fallos de seguridad y averiguar supuestos daños y la verdadera magnitud de los mismos, los grupos de presión de la ecoprogresía ya han dado su veredicto inapelable: hay que generar un 'tsunami' humano que arrase con cualquier vestigio de energía nuclear en el mundo. Incluidos aquellos lugares que tengan escasas o nulas posibilidades de sufrir el menor movimiento de tierra. Porque, quién sabe, el Apocalipsis, en forma de implacable ira de la Madre Naturaleza, puede llegar en todo momento y a cualquier rincón del orbe; sobre todo si, como ha sido el caso del pronuclear Japón, cometemos el gravísimo pecado de no ser fieles a las enseñanzas del catecismo 'verde', cuyo incumplimiento visto está que acarrea castigos terribles.

Es especialmente en situaciones de convulsión e incertidumbre generalizadas, en las que se acentúan los temores y las demandas de seguridad por encima de cualquier otra consideración, cuando los apologistas 'rojiverdes' del catastrofismo se mueven como pez en el agua. Como denunciaba el célebre novelista y cineasta Michael Crichton en una de sus novelas, es del 'estado de miedo', muchas veces inducido, de donde saca provecho y halla su supervivencia el poderoso 'lobby' ecoprogre, que se empeña en que la energía que consumamos siga siendo cara, ineficiente y, en algunos casos, contaminante. Y es que, en realidad, prevalece la defensa de determinados intereses corporativos; y qué mejor manera de disfrazarlos que por medio de un discurso supuestamente comprometido con la protección del medio ambiente... y de nuestra propia vida.

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