martes, 19 de octubre de 2010

ANTE EL VICIO DE PEDIR...


Siempre que el Gobierno de turno negocia con partidos nacionalistas el apoyo a los Presupuestos Generales del Estado, que suele ser lo mismo que intentar lograr su propia supervivencia, surge el inevitable debate: Si conviene o no cambiar nuestro sistema electoral, precisamente con el fin de evitar que la gobernabilidad y estabilidad política continúe dependiendo de quienes no creen en España y persiguen su debilitamiento como nación. Y entre las alternativas que se proponen, se hace mención al régimen uninominal mayoritario británico que, pese a constituir una excepción dentro de Europa (como en tantos otros aspectos, por cierto), es supuestamente el único que garantiza la constitución de Ejecutivos sólidos y con capacidad de maniobra.

Pues bien, la muy reciente experiencia de los últimos comicios legislativos en el Reino Unido nos ha demostrado que no existe el sistema electoral perfecto, y que incluso el británico puede tener sus fallas en ese pretendido propósito de propiciar Gobiernos estables: De tal forma que, por mucho que el Partido Conservador consiguiera imponerse nítidamente al Laborista en voto popular, el reparto de las circunscripciones provocó que, de manera prácticamente inédita en la historia, no hubiera mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes. Sin embargo, del llamado 'Hung Parliament' ha salido un Gabinete, el de Cameron y Clegg, sin fisuras, con claros objetivos comunes y que ha sabido presentar un ambicioso programa de reformas institucionales, administrativas y económicas. A ello ha ayudado sin duda el hecho de que el socio de Gobierno de los conservadores sea un partido como el Liberal Demócrata, no sólo ideológicamente cercano en determinadas materias, sino sobre todo de patente vocación nacional británica.

Así, en el Reino Unido ha llegado a reproducirse por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial la misma coyuntura de pactos de Gobierno que históricamente ha sido habitual en un país como Alemania, cuyo sistema electoral proporcional (si bien matizado) pocas veces ha reportado mayorías absolutas en el Bundestag. Esta realidad, sin embargo, no ha solido ser óbice para la formación de Ejecutivos firmes que sean capaces de permanecer durante las correspondientes legislaturas. Y es que en la mayoría de las ocasiones ha ejercido como 'bisagra', tanto de los democristianos como de los socialdemócratas (aunque más de los primeros), un partido también de claro carácter nacional alemán, el FDP (liberales); papel de estabilidad que asimismo llegarían a desempeñar Los Verdes durante los Gobiernos del socialdemócrata Schroeder.

El sistema electoral español, basado en la Ley D'Hont, no es ni mucho menos el peor de los posibles: Combina aspectos del régimen mayoritario con el proporcional, de tal forma que, además de facilitar una mayor pluralidad en el Parlamento para que éste sea un reflejo lo más fiel posible de la realidad política y electoral de España, también favorece que el partido ganador, por mínima que haya sido su victoria, disponga de una considerable ventaja en número de diputados respecto al segundo (por ejemplo, los apenas 1,3 puntos que el PP logró sobre el PSOE en 1996 se tradujeron en una diferencia de quince escaños). Cabe recordar asimismo que el sistema en vigor ha producido cuatro mayorías absolutas (en 1982, 1986 y 1989, del PSOE, y en 2000, del PP), y las últimas encuestas señalan que puede tener lugar una quinta. Ahora bien, el principal inconveniente reside en la asignación de escaños por provincias, que sobredimensiona la representación en la Cámara de los partidos nacionalistas, cuando su peso electoral real en el conjunto de España es mínimo. Por tanto, son los nacionalismos de distinto pelaje quienes ostentan la capacidad de aportar los escaños que le falten al Gobierno correspondiente para obtener la mayoría necesaria. Y he ahí la lamentable diferencia respecto a otros países: Aquí quienes actúan de 'bisagras' repudian la unidad de la nación, y hallan su principal razón de ser en la reivindicación permanente con el objetivo de ir acumulando cada vez mayor poder.

Por tanto, la clave de la estabilidad política no se encuentra tanto en el sistema electoral, como en el carácter de las 'bisagras'; y, en muchas ocasiones, más bien en quien concede. Porque no todas las experiencias de Gobiernos basados en acuerdos con nacionalistas han sido negativas: Los primeros cuatro años del PP en el poder, en los que se alcanzaron pactos de legislatura, públicos y transparentes, con nacionalistas catalanes, vascos y canarios, han sido quizá los más fructíferos política y económicamente de la democracia. En aquella oportunidad, ya en las negociaciones previas se dejó absolutamente claro que ni el modelo de Estado ni la soberanía nacional iban a ser objeto de transacción alguna. Ante el vicio de pedir, la virtud de no dar.

En cambio, Zapatero, nada más ganar sus primeras elecciones, optó por tener como aliado parlamentario preferente a un partido abiertamente independentista como ERC, y además no tuvo inconveniente alguno en impulsar con el Estatuto de Cataluña una reforma de la Constitución por la puerta de atrás, lo que a su vez redundaba en su propósito de propiciar un cambio de régimen. Y ahora que su incapacidad para afrontar la crisis económica le ha colocado con el agua al cuello, ha decidido ceder ante el PNV y Coalición Canaria hasta extremos literalmente delirantes (porque no otra calificación merece que, por ejemplo, acceda a que a las provincias vascas se les imponga ridículos topónimos que en su momento se inventara el enajenado Sabino Arana, o que aguas internacionales pasen a denominarse, porque sí, 'canarias'). Desde luego, debería haber buscado otras fórmulas para lograr su objetivo de mantenerse al menos un año más en La Moncloa; y, de no haberlas encontrado, dadas las circunstancias, podría haber tenido un último gesto de patriotismo, proponer al Rey la disolución de las Cámaras y, se presente o no como candidato del PSOE, convocar elecciones generales. Pero sabemos de sobra que al presidente no le mueve precisamente el amor a España.

1 comentario:

Helio dijo...

Mi opinion es que nuestro sistema electoral es un fraude a los Españoles.
No hay derecho, que partidos nacionalistas con unos cuantos votos cambien la historia de españa.