viernes, 24 de septiembre de 2010

ZAPATERO Y SU AVATAR


Un decepcionado Cándido Méndez, a pesar de todo todavía esperanzado en recuperar su 'status' de consejero áulico de La Moncloa en política económica, reflexionaba hace poco en voz alta y destapaba una angustiosa e imperiosa petición: Que el presidente Zapatero 'dimita de su actual avatar', que escape de su 'reencarnación', supuestamente transitorio, en una especie de malvado y despiadado 'neocon'. Que vuelva pronto al redil keynesiano, a aquel socialismo feliz, glorioso, puro y cristalino que ha disparado el déficit en las cuentas públicas y ha generado casi cinco millones de parados; 'logros' y 'méritos' propios de la gestión de cualquier izquierda que se precie, que como es notorio se caracteriza por amar tanto a los pobres que los crea a mansalva.

Pero el mandamás socialburócrata de la UGT no debería albergar excesivos motivos de preocupación: El avatar de Zapatero siempre ha sido el mismo. Tranquilo, señor Méndez, que ZP sigue siendo ZP. Si ha emprendedido determinados recortes y reformas de inconfundible aroma 'neoliberal', aunque tarde y mal, es porque un francés, una alemana y hasta un norteamericano, casualmente las personas políticamente más poderosas de la tierra, así se lo han ordenado, como usted bien sabe. ¿Y cómo es posible que no se haya resistido, que ni siquiera haya protestado, que incluso no haya dimitido y convocado elecciones ante el trance de verse obligado a traicionar un código de conducta? Ni más ni menos, precisamente porque la guía ideológica del presidente es el marxismo; pero el de Groucho, que se resume en la siguiente frase: 'Estos son mis principios; si no le gustan, no importa, tengo otros'. Ética cínicamente pragmática que, por ejemplo, le permite afirmar ahora que tan de izquierdas es bajar los impuestos como subirlos. Y sin que se le mueva un solo pelo de la ceja.

Además, si algo lleva demostrando el presidente del Gobierno tras el fin de sus forzadas vacaciones monclovitas es que su característica forma de ser y proceder en política no ha variado un ápice. Para ejemplos, tres botones: Continúa asombrando al mundo económico y financiero cuando en sus viajes al exterior se pavonea de una recuperación que sólo existe en sus delirios, mientras se permite sentar cátedra sobre una materia, la economía, de la que no deja de ser un completo ignorante; rescata y vuelve a ponerse el disfraz de Robin Hood cuando anuncia una tan demagógica como contraproducente subida de impuestos para 'los más ricos' (en realidad, para los trabajadores más cualificados y aquellos que más declaran al fisco, que no son necesariamente los que más tienen), a la vez que su Gobierno decreta un nuevo y desproporcionado aumento de la tarifa de la luz que reducirá aún más si cabe el nivel de vida de las sufridas y maltratadas clases medias; y, con tal de asegurarse su permanencia en el poder hasta el final de la legislatura, pacta con los nacionalistas vascos unas transferencias de políticas activas de empleo que ponen en riesgo la caja única de la Seguridad Social (por cierto, 'casus belli' para los sindicatos, ahora no tan beligerantes, cuando Aznar negociaba su investidura con el PNV) y una unidad de mercado ya de por sí deteriorado, y para lo cual no ha tenido además empacho alguno en postergar al mismísmimo lehendaraki y conmilitón suyo Pachi López, al que ha dispensado similar trato alevoso que al defenestrado Maragall cuando acordó con Artur Mas el Estatuto de Cataluña.

Así pues, genio y figura. Cándido Méndez no debería perder la ilusión de volver a influir decisivamente en el diseño de la política económica zapateril, máxime cuando el PSOE acaba de presentar sus credenciales de protagonista para contribuir al éxito de la gran ceremonia teatral, vulgo huelga general, del 29-S. Y tampoco hay que perder de vista que, dado que se avecinan elecciones, Zapatero no tardará en mostrarnos su cara más populista y derrochadora.

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