miércoles, 9 de diciembre de 2009

EL BUENISMO Y SUS CONTRAINDICACIONES


Cabe reconocer que hubo gobernantes europeos que sintieron alivio cuando Aznar confirmó que no volvería a presentarse como candidato a presidente del Gobierno. Sobre todo Chirac y Schroeder, quienes, como líderes de las dos potencias continentales europeas, estaban acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo hasta que se toparon con ese contestatario y obstinado español que, empeñado en supeditar los intereses de su país a cualquier otra consideración, había convertido las cumbres y consejos europeos en escenarios de largas y duras negociaciones. Pero cuando, además de librarse de tan incómodo moscón, empezaron a tener constancia de que su inesperado sustituto estaba por el regreso al 'corazón de Europa', remilgada manera de expresar la incondicional y acomplejada vuelta al redil del eje franco-alemán, el respiro se convirtió en indisimulada alegría.

Nada más alcanzar el poder, Zapatero imprimiría un giro radical a nuestras relaciones internacionales. Ya en la oposición avisaría de que una de sus prioridades sería sacarnos de la foto de las Azores; lo que ha conllevado, amén del entierro de la vocación atlantista que históricamente ha caracterizado a la política exterior española, pasar sin solución de continuidad de situarse al lado de Gran Bretaña y Estados Unidos, guste o no las dos grandes naciones con mayor tradición liberal y democrática y más influencia en el mundo, a caer en la mediocridad dentro del panorama internacional, cuando no en la inanidad más absoluta.

Además, en el ámbito de la Unión Europea, y haciendo gala de un europeísmo mal entendido y muy propio de la izquierda española y sus complejos (que también los tiene), y que podría resumirse en la frase zapaterina de 'lo que es bueno para Europa es bueno para España', renunciamos a defender a ultranza nuestros intereses para someternos a las prescripciones de Francia y Alemania, países a los que el socialismo español siempre les ha concedido la exclusiva de la firma 'Europa'. Y es que, con tal de enmendar la antipatía de Aznar, había que limitarse a caer bien, ser simpáticos y, sobre todo, no molestar. Ahora España no exige: Mendiga. Desde fondos de cohesión a una silla en el G-20, lo que se concede o no en virtud de la generosidad del patrón de turno. Posición de debilidad de la que, por ejemplo, han salido especialmente perjudicados en los últimos años los agricultores españoles, cuyas peticiones no han sido atendidas convenientemente.

En cuanto a las reivindicaciones históricas y los retos que debe continuar afrontando España, fundamentalmente la recuperación de Gibraltar, la contención de las aspiraciones expansionistas de Marruecos y la lucha contra un integrismo islámico que pretende refundar 'Al-Andalus', la política exterior de Zapatero, en conexión directa con su preferencia por la simpatía en las relaciones internacionales, ha estado marcada por lo que acertadamente se ha dado en llamar 'buenismo'. Lo que significa ni más ni menos que llevar a sus últimas consecuencias aquella máxima rousseauniana tan cara a la progresía: El hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad el que lo corrompe. Así pues, puesto que todo hombre, de no ser por la perversa interferencia de la sociedad, lleva en sí la bondad, no debemos diferenciar entre buenos y malos; todos hemos de ser bondadosos con todos, se comporten como se comporten, y por tanto se puede hablar y dialogar de todo con todos. Lo que convierte al diálogo, no en un medio que se utiliza en circunstancias adecuadas, sino en un fin en sí mismo, en una especie de valor absoluto. Algo que, obviamente, concede siempre ventaja a quien hace uso de la violencia y de los hechos consumados para imponer sus objetivos.

El buenismo también guía el proceder doméstico de Zapatero en varios aspectos, tal y como pudimos comprobar con motivo de su bochornosa negociación con la banda terrorista ETA. Pero especialmente a la hora de llevar a cabo su política exterior, máxime cuando, además de albergar dudas sobre la realidad nacional de España, como buen izquierdista es de esperar que se avergüence de nuestra historia, que nuestra progresía liga generalmente al oscurantismo y al atraso, y especialmente de nuestro pasado imperial, identificada con la opresión y el colonialismo.

Así, pese a que hemos sido 'buenistas' con las autoridades que ocupan Gibraltar, hasta el punto de que nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, y por primera vez en la historia de nuestra diplomacia, llegaría a cursar visita oficial al peñón, pocos días después sufriríamos dos humillaciones prácticamente continuadas: Disparos a boyas con los colores de la bandera española (a lo que Moratinos le quitaría importancia; sigamos siendo buenos) y la retención de cuatro guardias civiles que cumplían con su obligación de perseguir a unos narcotraficantes que huían a aquel paraíso del delito y del lavado de dinero negro (por lo que Rubalcaba ya ha pedido perdón; continuemos siendo bondadosos).

De la misma forma, de bien poco han servido todas las cesiones y atenciones dispensadas al sultanato marroquí, incluida aquella infame pose de Zapatero con Mohamed VI delante de un mapa de Marruecos que incluía Ceuta, Melilla y las Canarias. Al contrario, no contento con tomarnos por el pito del sereno a propósito de la huelga de hambre de la activista saharaui Amunati Haidar en España (por cierto, quién ha visto y quién ve al PSOE respecto al conflicto del Sáhara, que Zapatero prometió resolver 'en seis meses'), el régimen marroquí no se ha privado de lanzarnos veladas amenazas en materia, no sólo de inmigración ilegal, sino incluso de terrorismo. Aún así, Moratinos no ha creído conveniente llamar al embajador a consultas, ni tan siquiera de elevar la más mínima queja. Debemos seguir siendo buenos.

Pero, sin duda, el 'súmmun' de la política exterior buenista de Zapatero es su 'Alianza de civilizaciones'. Ridículo trasunto del 'Diálogo de civilizaciones' del que fuera líder iraní Jatamí, coloca en pie de igualdad a nuestro Occidente, de raíz judeo-cristiana (mal que pese a tantos), y como tal depositario de valores basados en la dignidad del hombre y en la separación entre Iglesia y Estado, y al Islam, donde los derechos y las libertades del individuo brillan por su ausencia y el poder político y el religioso se confunden. Pues bien, este fulgurante llamamiento a la concordia con quienes pretenden borrar a nuestra civilización de la faz de la tierra, cuyo manual de estilo incluye no llamar al terrorismo islámico por su nombre, no ha impedido que la organización criminal 'internacional' Al-Qaeda haya secuestrado a tres cooperantes españoles; veremos para qué fines concretos, a buen seguro no precisamente benéficos. Parece ser que ni las apelaciones al diálogo incondicional empleando grandes dosis de palabrería cursi, y ni tan siquiera la espantada de Irak poco después del 11-M, han conseguido persuadir lo más mínimo a los esbirros de Bin Laden, que por alguna extraña razón nos siguen viendo como 'cruzados' e 'infieles' a los que hay que eliminar. Pero aún así debemos continuar siendo buenos.


'Prefiero morir a matar'. Esta espeluznante aseveración, procedente para más inri de todo un Ministro de Defensa, resume de manera inmejorable la filosofía buenista que es norte de la política exterior del Gobierno de Zapatero. En la misma esencia suicida del buenismo encontramos sus contraindicaciones, por desgracia tan de manifiesto estos días. Y es que cuanta menos firmeza y, en consecuencia, más debilidad muestres en el complejo panorama internacional, el riesgo de que te pierdan el respeto, si es que alguna vez te lo has ganado, aumenta exponencialmente.

Adenda.- El buenismo no sólo tiene sus contraindicaciones, sino que el mero hecho de ponerlo en discusión puede resultar hasta peligroso para la integridad física. Que se lo digan si no al pobre Hermann Tertsch, quien, con el fin de enmendar la desafortunada frase de Bono, se atrevería a manifestar que con tal de liberar a nuestros compatriotas estaría dispuesto a matar a los terroristas de Al-Qaeda ¡en lugar de negociar con ellos! Algo intolerable para la implacable inquisición mediática de la progresía. Tamaño delito de lesa corrección política no podía quedar impune, y nadie mejor para imponer castigo que el mismísimo Monzón, celoso guardián de la ortodoxia 'progre' que no en balde reconoció en su momento que prefiere antes a Bin Laden que al PP. Un desconocido, cobarde y violento 'pacifista' completaría el trabajo. ¡Ánimo, Hermann!

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