miércoles, 14 de octubre de 2009

UN PROGRE EN LA CASA BLANCA

Hacía tiempo que el entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, había decidido transmutar su imagen de socialdemócrata moderado tipo Tony Blair, proclive al pacto con el Ejecutivo de Aznar, por el de un radical de izquierdas con cierta tendencia 'antisistema'. Ya se había ganado una justa fama de 'pancartero' con motivo de su apoyo a la huelga general política que los sindicatos le habían organizado a su detestado 'Gobierno de la derecha', y a las manifestaciones, orquestadas por la izquierda nacionalista gallega, en las que se responsabilizaba al PP de las consecuencias del hundimiento del 'Prestige'. Pero la guerra de Irak supuso un verdadero punto de inflexión en ese drástico cambio de táctica, ya que, además de adherirse a algaradas callejeras tan 'pacifistas' como violentas, Zapatero no desaprovechó la oportunidad de hacer uso y abuso de una de las tradicionales señas de identidad de la izquierda: El antiamericanismo.

Aquella tristemente célebre actitud de desconsideración hacia la bandera estadounidense, irresponsable e impropia de un jefe de la oposición que aspiraba a gobernar un país occidental, era un gesto totalmente calculado para ganarse a un electorado que se distingue por su inquina hacia todo lo que representan los Estados Unidos. Y no le importaba en absoluto que con ese desplante se hubiera ganado la animadversión durante años del inquilino de la Casa Blanca, cualquiera que fuera su tendencia: Quizá él mismo no se veía de presidente del Gobierno a corto plazo. Pero, aupado por la conmoción producida por los atentados del 11-M y la macabra utilización política de sus muertos en plena jornada de reflexión, llegaría sorprendentemente a La Moncloa. Y no tardaría en adoptar una de sus primeras decisiones, habida cuenta además de que pronto había que ganar 'como sea' unas elecciones europeas que debían refrendar una victoria obtenida en condiciones lamentablemente trágicas: Ordenar la retirada de nuestras tropas de Irak. Bochornosa y cobarde huida que obtuvo el aplauso del fundamentalismo islamista y la indignación de nuestros aliados, en especial del entonces presidente norteamericano Bush, quien, tras propinarle la oportuna reprimenda, decidió distinguirle con todo su desprecio. No contento con ello, Zapatero se atrevería incluso a recomendar en Túnez a los países que permanecían en Irak que siguieran su ejemplo: Sería la gota que colmaba el vaso. Bush, en aquella ocasión, sí se dignaría a llamarle, pero para espetarle que se comportaba 'como un amigo de Bin Laden'.

Esta imprudente forma de proceder, teñida de ese infantil antiamericanismo del que hiciera gala como jefe de la oposición, había logrado en tiempo record algo que parecía imposible: Convertir unas relaciones de privilegio con la indiscutible primera potencia y líder del mundo libre, labradas con paciencia y perseverancia por su antecesor Aznar desde la época de Clinton, en inexistentes. Aún así, Zapatero, pese a los consiguientes perjuicios para nuestros intereses en los asuntos exteriores, se mostraba hasta divertido y daba a entender que a él, la quintaesencia del 'buenismo' pacifista, le resultaba difícil mantener vínculos con alguien que, por mucho presidente de Estados Unidos que fuese, era en realidad, tal y como prescribía la progresía política y mediática, un texano bobo, estúpido y belicista. Además, confiaba en que las adversidades surgidas de la deficiente planificación militar en Irak acabarían desgastando lo suficiente a Bush como para caer derrotado en las urnas ante el candidato demócrata, John 'Flip-Flop' Kerry, en cuya victoria tenía depositadas sus esperanzas. Pero el electorado norteamericano, que a partir de ese momento fue objeto de las más ridículas descalificaciones por parte de quienes, generalmente desde la izquierda, se empeñan en impartir lecciones a la primera democracia liberal de la historia, se decantó claramente por Bush. El plan 'quiero un amigo americano' de Zapatero se había venido abajo: Su comparecencia pública en la que felicitaba a Bush por su triunfo, significativamente malcarado y exhibiendo unas prominentes ojeras, fue todo un poema.

Por tanto, a España le esperaban al menos cuatro años sin posibilidad de restablecer sus vínculos con los Estados Unidos, lo que equivalía a permanecer en una especie de limbo en el panorama internacional. En las cumbres mundiales se sucedían las situaciones más grotescas: Desde las irrisorias persecuciones por los pasillos del inefable Moratinos a la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, cual dama deseada, hasta los muy fugaces 'encuentros', cronometrados en décimas de segundo, de Zapatero con Bush. Escenas que daban lugar a todo tipo de chistes y chirigotas, pero que suponían un grave menoscabo para la imagen exterior de España, que ya de por sí, y tras la deserción de Irak, se había ganado la reputación de socio no fiable.

Sin embargo, y dado el límite de mandatos que se impone en la democracia norteamericana, tan peculiar ella, habría forzosamente un cambio en la presidencia. Además, esa misma América tachada de profunda, intolerante y paleta porque cuatro años antes había elegido a Bush, optaría en esta ocasión por el demócrata Barack Obama, una especie de santo laico canonizado por la progresía mundial; gracias a lo cual, el pueblo estadounidense pasó de repente a ser sabio e ilustrado. Zapatero parecía haber encontrado por fin a su 'amigo americano', bajo la premisa de unas supuestas coincidencias ideológicas que justificarían una nueva estrategia 'proamericana' ante un electorado generalmente reacio a todo lo que huela a Estados Unidos. De ahí que, por ejemplo, Leire Pajín, a la que con tal de ensalzar la egregia figura del Jefe no parece importarle caer en el más espantoso de los ridículos, resaltara el 'acontecimiento planetario' que supone la coincidencia de dos grandes líderes 'progresistas' rigiendo los destinos del mundo.

¿Pero cabe calificar a Obama de 'progresista'? Sería oportuno recordar que, en uno de los debates electorales, su rival republicano John McCain llegaría a colocarle la etiqueta de 'liberal' (equivalente a 'progre' o 'progresista' en los Estados Unidos), y el propio Obama rechazaría tajantemente que se le pudiera aplicar tal calificativo. ¿Y hasta qué punto se le puede considerar a Obama de izquierdas? Pues depende de con qué o quién se le compare. Su objetivo de implantar una Sanidad pública a la europea parece poder denotar un cierto carácter izquierdista, aunque se debe matizar que entre los 'padres' de la Seguridad Social encontramos más bien personajes pertenecientes a la derecha autoritaria, desde Bismarck hasta Franco. Y, por ejemplo, mientras, como sabemos y sufrimos, Zapatero reniega de cualquier reforma que flexibilice mínimamente el mercado laboral, Obama no parece tener ninguna intención de impedir por ley el despido libre, que, que sepamos, continúa en vigor en los Estados Unidos. Ni de poner obstáculos al muy liberalizado mercado estadounidense. Ni tan siquiera de abolir la pena de muerte. Por tanto, no es que Obama no esté tan escorado a la izquierda como Zapatero; es que en muchísimos aspectos se sitúa a la derecha del PP o de cualquier partido conservador europeo.

Si Obama, afortunadamente para nuestros intereses, ha decidido restablecer las relaciones con España, no ha sido gracias a ese supuesto 'feeling' o identificación ideológica con Zapatero, sino velando por el bien de los Estados Unidos. La guerra de Afganistán se está convirtiendo en un auténtico atolladero, y ahora mismo necesita cuantos más aliados, mejor. Y si el presidente hubiese sido McCain, muy posiblemente, en aras del realismo que suele imponerse en la política exterior estadounidense, y después de tragar saliva, hubiera invitado igualmente a Zapatero a la Casa Blanca. 'No deja de ser el presidente de un país de la OTAN, de un país aliado', tal y como le puntualizó el propio Obama en otro debate electoral.

Así pues, tras más de cinco años de desencuentros, por fin Zapatero ha sido agasajado en la residencia del presidente de los Estados Unidos. La Casa Blanca, por su parte, ha tenido el honor de recibir la visita de un distinguido 'progre' que, abducido por el 'obamismo', quizá se encuentre en trance de convertirse al 'americanismo'. Hasta el punto de que se muestra dispuesto a enviar a Afganistán, no sólo incluso más tropas para que más soldados españoles sigan dando su vida por la libertad, sino hasta a la mismísima Guardia Civil. Ya nos explicará qué pinta la Benemérita en un escenario de guerra, pero, tratándose de San Obama, ese Premio Nobel de la Paz preventivo, se hará lo que haga falta. Además, no tiene nada que temer: En esta ocasión, nadie en España le va a tachar de 'lacayo del imperialismo', ni va a reaccionar ante cada muerto en la guerra lanzándole el cadáver a la cara o llamándole 'asesino'. Entre otras razones, porque el otrora insigne pancartero es ahora el presidente que los hipócritas estómagos agradecidos del 'No a la guerra' querían.

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